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Por René Fidel González ()

Santiago de Cuba.- Más de un siglo de ensayo republicano cubano y estamos hoy cada vez más lejos del sueño de igualdad política, de justicia y democracia. Este sueño debió cobijar y hacer real para cada uno de nosotros la República.

¿Cuánto más soportaremos los ciudadanos la humillación y el desdén de una oligarquía que nos excluye políticamente? Nos priva de derechos y libertades porque se cree predestinada a ejercer por nosotros el gobierno de nuestros destinos.

¿Cuánto más tendremos que soportar la indecencia y desfachatez de su soberbia y pedantería? Ellos tienen una empedernida y feroz adicción a los goces del poder y su absoluta mediocridad.

¿Por cuánto tiempo más seremos capaces de oponer la bondad, la integridad y el carácter a las ambiciones y los egos dañados e insaciables? Estas son las multitudes de cínicos e hipócritas de todas las ideologías y tendencias políticas que ellos han hecho proliferar en su decadencia.

¿Cuánto más resistirá la esperanza en la felicidad y la plenitud posible? El servilismo y el miedo, la adulación y el castigo, la simulación y la mentira, la obsecuencia y la cobardía, la vanidad y la ira, disputan ante nosotros y con ventaja a la sinceridad y la virtud. La virtud, al talento y la honradez, a la humildad y la serenidad. Todo esto es el alma de la nación, la fraternidad y el amor cotidiano.

¿Y el legado de generaciones anteriores?

¿Dónde está el legado de vergüenza de las generaciones anteriores que no nos enerva ante lo que nos corrompe y traiciona cada vez más? Nos conformamos casi todos con la servidumbre y el vasallaje que nos ofrecen unos y otros a cambio de perder la dignidad de la libertad y el respeto al otro.

¿Por qué tendríamos que conformarnos con que la vulgaridad y la violencia sustituyeran al pensamiento ahora y a la acción mañana?

¿Por qué tendríamos que conformarnos con que la bajeza e indignidad nos fuera escupida en todo momento? Esto es un canon adaptable a cualquier circunstancia e interés de quienes se atribuyen superioridad moral. Sin embargo, carecen hasta de la tosca autenticidad de ser víctimas.

¿Y por qué tendríamos que conformarnos con la ilusión de un Prometeo que nos salve? Existe una angustiosa necesidad nacional de un mesías que calme nuestra soledad e inseguridad. No debemos interpretar la solemnidad absurda de un Sísifo infantilizado, pueril y banal, con tal de no enfrentar nuestro destino.

¿Por qué tendríamos que conformarnos con que el lujo y la codicia de una minoría que desprecia la política? Ellos profesan discretamente en cambio el contubernio y el privilegio. Esto es la sordina de la insultante pobreza de las mayorías.

¿Qué hacer con el desastre en que vivimos?

(Id a las profundidades de la Sierra Maestra, a las cuevas convertidas en moradas en la costa, al anonimato de los barrios que crecen alrededor de las ciudades. Id a las cárceles, a las cuarterías de hacinamiento y desesperación insondable, a los psiquiátricos y los asilos, a la ausencia de hogar y la indefensión. Id a la locura y a la derrota escondida a la vista de todos en parques, aceras, esquinas, rincones y en nuestra indiferencia. Id y luego diga: escribes tan bonito)

¿Por qué tendríamos que conformarnos con constatar en sus dimensiones reales el desastre humanitario y civilizatorio que está ocurriendo ya? Este desastre se cierne terrible sobre la sociedad cubana y no hacemos nada.

¿Por qué tendríamos que callar ante los hechos que nos advierten, o sobre los responsables y los cómplices de ellos?

¿Y por qué tendríamos que callar ante el niño sin zapatos, ante las pizarras rotas, ante el policía pateando en Cuba al negro-joven-pobre tirado en el piso? Él está herido ya de muerte por un disparo, ante los hospitales, los médicos y enfermeras quebrados, ante los ancianos solos y los veteranos rotos y olvidados en Cuba en su gloria famélica o alcohólica. Además, están las madres y padres presos y condenados en Cuba por ni siquiera ejercer el santo derecho a la rebelión.

¿Y la capacidad de soñar?

¿Qué fuego sería ese, qué antorcha? No hemos perdido la capacidad de soñar.

Preciso es empezar a reunir dentro y fuera a las fuerzas que podamos convocar, a los que creen en lo mismo. Esto es y será siempre, la identificación común de lo que consideramos para nosotros, tanto como para los otros, de lo que es para todos: Insoportable, inadmisible, intolerable e indigno.

Si no lo hacemos, no prevalecerá lo que nos ha traído hasta aquí en nuestra única vida. Tampoco lo que nos ha sostenido hasta hoy en cualquier parte del mundo y a través del tiempo.

Si no lo hacemos, la plaga que nos hunde en la miseria acabará por concluir su indecente metamorfosis. Esto se convertirá en su feroz y total regreso a la patria del desprecio y el desdén, del capricho y la soberbia. La plaga vive ya dentro de sus mansiones refrigeradas y custodiadas de los pobres, en sus manteles surtidos y en su apenas disimulado asco a nosotros, el pueblo.

Ya el silencio no besa nuestros labios, ni la virtud vuestra frente.

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