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Por Anette Espinosa ()
La Habana.- El padre Alberto Reyes nos sorprende siempre con sus reflexiones precisas sobre la vida, la situación en Cuba, el futuro, el papel de la familia, y este viernes nos trajo un tema muy interesante: el perdón, aunque dejó claro que perdonar no significa olvidar y que cada persona debe ser responsable de sus actos.
Como todo hombre de fe, devoto de Dios, de pensamiento limpio y enemigo de la violencia -porque en más de una ocasión ha abogado por rezar para conseguir un cambio en Cuba- el sacerdote, que es columnista habitual de El Vigía de Cuba, habla del proceso de reconciliación nacional que necesita el país y añade que esa «reconciliación implica el perdón».
¡Cuánta razón llevan sus palabras! En Cuba ha de haber perdón, por más que a algunos nos duelan cosas. Porque si no somos capaces de perdonar, nos estaremos lamiendo las heridas otro siglo y seguiremos enfrentándonos unos a otros en un ir y venir que jamás encontrará solución.
El nuevo gobierno de Cuba -porque habrá uno nuevo y muy pronto, y ojalá que lo encabece el Padre Alberto, al menos en su período de transición a una democracia verdadera- no puede hacer un llamado al odio, como hizo el castrismo cuando tomó el poder y pasó por las armas a todo aquel que perteneció a un cuerpo represivo, al que acusaron de haber sido chivato o de colaborar con el régimen de Batista.
Miles de personas murieron en Cuba en los meses siguientes a la llegada a La Habana de los barbudos de la Sierra Maestra, los cuales se vanagloriaban de haber fusilado, al extremo de que el Ché Guevara alardeó de ello en la ONU, mientras se especulaba con el número de condenados a morir, casi en su totalidad en juicios sumarísimos, amañados, como todos los que ha hecho posteriormente la dictadura.
En la década del setenta, la ya fallecida periodista italiana Oriana Fallacci le preguntó al entonces Sha de Irán Mohammad Reza Pahleví si no sentía temor de mantenerse en el poder sobre sobre la sangre de miles de iraníes y el otrora gobernante persa le dijo algo así como que Fidel Castro había fusilado a más de nueve mil personas y no había pasado nada.
No hay un número exacto establecido, aunque la organización Archivo Cuba, con sede en Miami, señala, por ejemplo, que en el más de medio siglo que lleva la revolución se fusilaron a tres mil116 personas y otras mil 166 fueron ejecutadas extrajudicialmente, aunque reconoce también que es “muy difícil” saber los números exactos.
La suma de esos números da cuatro mil 282. Dista de la cifra a la que se refirió el Sha de Irán, pero tal vez la cantidad exacta esté a mitad de camino entre una y otra. O puede que los números de Archivo Cuba sean exactos y sean esos todos los cubanos que perdieron la vida a manos del castrismo. Eso sí, solo eran hombres, personas que merecieron al menos un juicio limpio y la posibilidad de probar su inocencia antes de ser puestos ante los fusiles de hombres llenos de odio y sedientos de sangre.
No hubo perdón entonces. Los nuevos gobernantes de otrora, que ya son viejos ahora los pocos que han sobrevivido, aprendieron la lección de los regímenes comunistas de Europa y Asia y no tuvieron piedad. Mataron, encarcelaron, desaparecieron o enviaron al exilio a todo el que tuvo algún vínculo con el gobierno derrotado. Y la pregunta es, si tenemos que hacer lo mismo el día que caiga la dictadura castrista.
La respuesta es no. Siempre no. El gobierno que esté al frente de Cuba tiene que ser magnánimo, y tiene que darle un ejemplo a la comunidad internacional sobre las formas en las cuales se pasa de una tiranía asesina y represora a un gobierno democrático. Tiene que hacer como hicieron los alemanes, los checos, los húngaros: los que trabajaron para el régimen y tengan las manos limpias, se podrán reincorporar a la vida normal, con los mismos derechos y las mismas obligaciones.
Eso sí, algunos tendrán que pagar. Esos que tienen manchadas las manos, que se prestaron para el chantaje, la chivatería, la represión, tendrán que ser juzgados, porque habrá perdón pero no olvido. No todos los jueces se plegaron al castrismo, ni todos los policías o la totalidad de los militares, pero quienes lo hicieron, aunque tengan las garantías legales establecidas por las leyes, tendrán que enfrentar a los tribunales. Hay hechos que no pueden quedar impunes.
El nuevo gobierno de Cuba tendrá muchos asuntos de los cuales ocuparse, muchas tareas que enfrentar, disímiles problemas que resolver, pero uno y no menos importante será el de garantizar que haya perdón, juicios justos, transparentes, y que solo pague aquel que la ley condene y no el capricho de un hombre, como ha sucedido en más de una ocasión en la historia del país.
Además, perdonar nos hará más grandes. Esos que salieron enardecidos siempre a defender al castrismo, se darán cuenta de que los gobiernos tienen que ser magnánimos, que la tolerancia es una virtud de los hombres, que no hay que ser implacables con quien no piensa diferente, cualquiera sea la corriente política que defienda.
No se puede ir a por el prójimo así sin más, y tampoco podemos estar lamiéndonos las heridas otro medio siglo. Cuba necesita cambiar, dar un vuelco definitivo, un giro trascendental para volver a ser el país que en su momento fue y que la inmensa mayoría quiere que sea.
Cuba no puede seguir sometida a la voluntad de un gobierno inepto, mentiroso y ladino, formado por unos dirigentes corruptos que se reparten los puestos y las riquezas como si una mano divina les hubiera otorgado todos los derechos sobre los hombres y la tierra.
Cuba va a perdonar, sí. Pero algunos tendrán que pagar.