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Por Ernesto Ramón Domenech Espinosa
Toronto.- A punto de terminar el año, ya casi al final del camino, casi todos hacemos un balance de errores y aciertos, un repaso mental de lo que fue y lo que pudo ser. La pregunta clave a nuestras conciencias es casi siempre la misma: ¿Valió la pena? ¿Valió la pena aquel tiempo de soledad, rupturas familiares, estrechez económica, detenciones? ¿Tuvo algún sentido la espera, tantas horas de trabajo, los sueños pospuestos? ¿No hubiera sido más rentable, y más seguro, hacer silencio, mirar al otro lado, procurar un poco de bienestar a los míos? ¿Qué he sacado de todo esto? ¿Ha valido la pena?
La pregunta funciona a nivel personal, pero también dentro de ese amplio y diverso grupo de cubanos que siguen poniendo a Cuba, su libertad y progreso, entre sus prioridades.
Cada vez que vemos un acto de repudio o una plaza llena para celebrar el 1 de Mayo o el 26 de Julio, cuando salen las cifras de los miles de emigrados que regresan a “Cubita la Bella” con la excusa de la familia y en realidad se trata de un acto de exhibicionismo farandulero frente a la miseria del barrio; ahora que postean los vídeos de un concierto de reguetón en el que el entusiasmo colectivo de casi 20 mil asistentes no alcanzó para corear “Abajo el Castro Comunismo”, “Viva Cuba libre” o “Libertad para los Presos Políticos” uno se vuelve a preguntar: ¿Ha valido la pena?
No creo que los cubanos seamos un pueblo más cobarde, sumiso, alegre, indigno, vulgar, amistoso o estúpido que el resto de las naciones. Pienso que el ser humano tiene reacciones y comportamientos parecidos bajo las mismas condiciones sociales de opresión, desinformación y violencia. El egoísmo, el instinto de conservación y el sano deseo de prosperar y buscar la felicidad es igual, con sus matices, para un etíope, un uruguayo, un coreano, un irlandés, un jamaicano, un suizo o un cubano. La conducta de comunidades enteras bajo regímenes totalitarios ha sido similar.
Simular, mentir, robar, delatar, traicionar o escapar ha sido lo normal frente a un Estado implacable que organiza y controla cada aspecto de la vida, y no duda en castigar el disenso con sadismo inmisericorde. Así fue y así ha sido siempre, desde la URSS hasta Nicaragua, pasando por RDA, Polonia, Hungría, Albania, China, Vietnam, Checoslovaquia, Corea del Norte, Afganistán, Cambodia, Cuba o Venezuela. Protestar, oponerse al sistema ha sido cosa de pocos; la ingratitud y el peligro permanente son, quizás, las únicas certezas.
Seis décadas y media de autoritarismo ideológico y barbarie han destruido al país no sólo en lo económico, peor aún es la ruina moral y espiritual de la nación.
Adoctrinados desde la infancia, sometidos a una desinformación y propaganda brutales, arrancada la fe a golpe de hoz y martillo, nos van quedando unos 14 millones de paisanos (la cifra incluye a los de adentro y los de afuera) que en su gran mayoría no logran entender los conceptos de decencia, honestidad, coherencia, tolerancia y dignidad.
La idea de felicidad del hombre nuevo cubano tiene la forma y el color de una manilla o cadena de oro, de los logos de la Gucci y Nike, de las llantas del Mercedes-Benz y el Lamborghini, del verde sudoroso de una cerveza cristal mientras se mueve el culo en la discoteca de moda.
¿Volverá Cuba a ser libre? ¿Cuándo? ¿Cómo? No me caben dudas, Cuba volverá a la senda de la libertad y el progreso. No tengo, sin embargo, el don de la adivinación o la predicción, pero haré todo lo posible, y hasta lo imposible, para que eso sucede, y cuanto antes mejor. Puede ser también que cuando llegue el momento de celebrar ya no esté, o que sea demasiado viejo para alzar la copa. Entonces esa pregunta recurrente volverá: ¿Valió la pena?
Pues sí, ha valido la pena. Porque la defensa de la vida y la libertad, los regalos más preciados de la existencia humana, no se cuestiona, no se pone en duda; porque todo lo que hice y hago ha sido por convicción, por ser coherente con ciertos valores y no esperar nada a cambio al entrar a esta pelea desigual con un rival inescrupuloso, corrupto y criminal de sobrados recursos y cómplices.
Ha valido la pena porque he jugado en el mismo equipo de Celia Cruz, Bebo Valdés, Olga Guillot, Arturo Sandoval, Reinaldo Arenas, Juan Abreu, Lydia Cabrera, Guillermo Cabrera Infante, Mike Porcel, Amaury Gutiérrez, Sergio Oliva, Orlando el Duke Hernández, René Arocha, Yordenis Ugás, Leinier Domínguez, Huber Matos, Mario Chanes de Armas, Oswaldo Payá Sardiñas, José Daniel Ferrer, Luis Manuel Otero Alcántara y Maykel Osorbo.
A veces, cuando nos reunimos algunos amigos de forma virtual, llegamos a este tipo de cuestionamientos y todos coincidimos: Valió la pena porque a pesar de las amenazas, las persecuciones y las carencias mantuvimos las esencias: seguimos escuchando rock, viendo futbol, leyendo y no nos arrodillamos, no pedimos perdón, no chivateamos, no pudieron doblegarnos, no hubo traiciones entre nosotros. Hoy recordamos, entre risas y burlas, todas aquellas estúpidas escenas de policías con maleticas y perros haciendo sus “investigaciones” cada vez que le colgamos algún letrero anticastrista en las paredes de la Casa de la Cultura o el Restaurante Cosmopolita de Cruces, mi pueblo.
Claro que valió la pena. Cuando mis hijos y nietos me pregunten: ‘¿y tú qué hiciste en medio de la infamia, el oportunismo y el terror?’, no tendré que bajar la cabeza avergonzado y responder arrepentido: ¡Nada!! Ahora que ya es fin de año y se sacan cuentas puedo dormir tranquilo. ¡A todos Ustedes, mis amigos dentro y fuera de la Isla, mis felicitaciones y un abrazo grande por CUBA LIBRE!
Un abrazo, cubanos.