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Guantánamo sobrevive entre croquetas y propaganda

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Por Yeison Derulo

Guantánamo.- A la dictadura cubana le encanta celebrar la miseria como si fuera una proeza. Cada vez que un ciclón pasa y deja al país en ruinas, aparece un funcionario con tono triunfalista para anunciar que “se activó el sistema de distribución” y que “el pueblo está protegido”. No importa si lo que se reparte son dos libras de arroz, un chorro de vinagre y media botella de ron; el discurso es el mismo: la revolución siempre vence. Lo que nunca dicen es que el pueblo sigue vencido desde hace más de seis décadas.

En Guantánamo, después del huracán Melissa, el régimen ha montado su habitual espectáculo de “recuperación”. Unas 135 unidades de Comercio «fueron habilitadas» para vender comida, como si abrir calderas de caldosa y repartir croquetas recalentadas fuera sinónimo de bienestar. Las notas oficiales lo pintan como un gesto heroico: el Estado, ese mismo que condena a sus ciudadanos a hacer colas eternas, ahora reparte viandas y refrescos “para garantizar la atención a la población”. La fórmula del control sigue intacta: hambre, caridad y propaganda.

Mientras el Grupo Empresarial de Comercio saca pecho con sus carpas móviles y centros de elaboración, las cifras revelan una realidad grotesca. Dos libras de arroz por persona “correspondientes al mes de agosto”, en pleno noviembre. Es decir, el país no solo está atrasado en producción, también en calendario. Lo mismo ocurre con la leche: a los niños se les entrega por días, como si la nutrición dependiera del clima o de la generosidad del funcionario de turno. A las embarazadas les tocan 1.5 kilos, que deben rendir un mes entero. Si esto no es una violación a la dignidad humana, no sé qué lo será.

Resulta insultante escuchar que “se protegieron los productos de la canasta básica” gracias a la rápida evacuación de los almacenes. En cualquier país normal, esa sería una obligación elemental, no un motivo de aplauso. Pero en Cuba, lo que en el mundo es rutina aquí se convierte en épica revolucionaria. Proteger el arroz de la lluvia, mientras la gente no tiene dónde dormir ni qué cocinar, se presenta como un logro nacional.

El huracán Melissa no destruyó nada que el propio sistema no hubiera destruido antes. Lo que el viento se llevó, el comunismo ya lo había barrido hace años. Cada fenómeno natural se convierte en una excusa para reciclar el mismo discurso paternalista y mantener a la población en estado de dependencia. No hay gestión eficiente, no hay planificación, no hay soberanía alimentaria. Solo queda el consuelo de la caldosa y la fe en que, quizá, el próximo huracán traiga un poco más de leche.

Y mientras tanto, los titulares oficiales seguirán celebrando la entrega de migajas como si fueran milagros. Porque en la Cuba de hoy, sobrevivir con dos libras de arroz no es una tragedia: es una victoria socialista.

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