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Por Oscar Durán
La Habana.- La provincia de Guantánamo ha vuelto a ser noticia, no por un logro ni por un avance social, sino por una tragedia que se avecina. Melissa, un huracán que amenaza con atravesar la región oriental como una bestia desatada. Desde la madrugada, los partes meteorológicos se han convertido en sermones de pánico. Las autoridades anuncian que más de 139 mil personas están siendo “protegidas”, como si esa palabra fuera sinónimo de salvación. Pero en Guantánamo, cuando el Estado dice “proteger”, casi siempre significa “aguantar”.
Según el Consejo de Defensa Provincial, 108 mil guantanameros se refugian en casas de familiares y amigos. Los otros 31 mil están repartidos en 103 centros habilitados, donde aseguran que “no falta nada”. Pan, agua, atención médica, electricidad, todo supuestamente garantizado. Pero cualquiera que haya vivido un huracán en Cuba sabe que esas cifras son solo números para el parte de las ocho. En la práctica, los albergues son escuelas sin techo, locales sin colchones, y promesas que se mojan con la primera gota de lluvia.
En el litoral sur, donde las olas podrían alcanzar los cinco metros, los habitantes son evacuados hacia cuevas naturales. La prensa oficial los muestra sonrientes, como si esconderse bajo una roca fuera símbolo de valentía revolucionaria. Mientras tanto, en Caimanera y Casimba, los pobladores temen quedar aislados por las crecidas de los ríos. El gobierno ordena la “cooperación obligatoria” de los que no quieren irse, pero no garantiza cómo regresarán ni qué quedará de sus casas cuando el huracán pase.
La experiencia reciente pesa. En San Antonio del Sur e Imías todavía recuerdan el desastre del año pasado: ocho muertos, casas arrasadas y promesas incumplidas. La Defensa Civil repite su discurso de disciplina y obediencia, pero nadie olvida que el Estado siempre llega tarde, o llega con cámaras, no con ayuda. El miedo no es solo al viento, sino a lo que viene después: la desolación, el silencio y el titular triunfalista en el Granma del domingo.
Los meteorólogos advierten que Melissa traerá lluvias entre 300 y 750 milímetros. Lo dicen con una serenidad casi poética. Sin embargo, no hay metáfora posible para la miseria. En un país donde la gente sobrevive a base de consignas, el huracán no es solo un fenómeno natural, sino un espejo que muestra el verdadero rostro de la incompetencia.
Cuando todo pase, cuando el agua baje y las cámaras se apaguen, el régimen volverá a contarse su propio cuento heroico. Dirán que resistimos, que ningún cubano quedó desamparado, que la Revolución volvió a vencer. Pero en las montañas, en las cuevas y en las casas sin techo, la gente sabrá la verdad: que no fue Melissa quien destruyó Guantánamo, sino un sistema que lleva más de sesenta años soplando con más fuerza que cualquier huracán.