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Gobernanza y transición: tres modelos, tres destinos

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Por Librado Linares ()

En América Latina, los regímenes de gobernanza han seguido trayectorias disímiles. Algunos han logrado transiciones institucionales que permiten corregir el rumbo. Otros se han atrincherado en el poder, bloqueando la alternancia democrática y perpetuando el sufrimiento de sus pueblos. Y hay casos, como el cubano, que parecen tapiados incluso a la posibilidad de reforma parcial. Este texto compara tres modelos: Bolivia, Venezuela y Cuba.

Bolivia: la ley como vía de rectificación

El pueblo boliviano ha demostrado que la alternancia democrática es posible incluso tras décadas de hegemonía política. El Movimiento al Socialismo (MAS), fundado por Evo Morales, dominó el escenario político durante más de 20 años. Pero la ciudadanía, desencantada por el desgaste institucional y las ambiciones de poder del caudillo, logró una transición desde el marco de la ley.

Evo Morales, tras perder el referéndum constitucional en 2016, intentó perpetuarse en el poder. Su apuesta por el voto nulo en 2025 terminó debilitando al MAS y abriendo paso a nuevos liderazgos. Bolivia corrigió el rumbo sin guerra civil, sin ruptura institucional, gracias a una ciudadanía que supo defender la legalidad.

Venezuela: el fraude como blindaje del poder

En Venezuela, la alternancia fue bloqueada por el fraude electoral. Nicolás Maduro, acusado por múltiples organismos internacionales de manipular los comicios de 2024, se aferró al poder a costa de la legalidad, la libertad y la dignidad de su pueblo.

La represión, el exilio, la censura y la crisis humanitaria han convertido a Venezuela en una dictadura con rasgos neototalitarios. El relato chavista, que alguna vez prometió justicia social, hoy se sostiene sobre el miedo, la propaganda y el control absoluto. La permanencia de Maduro no responde a legitimidad popular, sino a una estructura de poder que teme la justicia y la rendición de cuentas.

Cuba: el modelo tapiado a la reforma

El caso cubano merece una mención aparte. No solo por su longevidad autoritaria, sino por la impermeabilidad absoluta al cambio. A diferencia de Bolivia, donde la ley permitió la transición, y de Venezuela, donde el fraude la bloqueó, Cuba está tapiada incluso a la reforma parcial sistémica.

No hay alternancia, ni pluralismo, ni espacio para la crítica institucional. La Constitución de 2019 consagra el partido único, y cualquier intento de apertura es sofocado antes de nacer. El país vive una parálisis política que traiciona el legado republicano de los padres fundadores, quienes soñaron con una Cuba libre, democrática y soberana.

La gobernanza cubana no solo niega la alternancia: niega la posibilidad misma de imaginarla. Es, sin dudas, el peor caso en términos de apertura, reforma y respeto a los derechos individuales.

Conclusión: gobernar no es perpetuarse

La alternancia democrática no es un capricho: es una conquista de la humanidad, una garantía de que cada generación pueda dejar su impronta. Cuando los líderes se eternizan en el poder, la política se convierte en obstáculo, no en herramienta de transformación.

Bolivia mostró que es posible rectificar. Venezuela demostró el costo de bloquear el cambio. Y Cuba, lamentablemente, sigue siendo una lección viva de lo que ocurre cuando el poder se convierte en dogma.

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