Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Comparte esta noticia

Por Max Astudillo ()

La Habana.- El silencio de GAESA, ese monstruo financiero que controla hoteles, remesas y hasta la comida de los cubanos, no es casualidad: es estrategia.

Cuando el Miami Herald destapó que el conglomerado militar esconde 18 mil millones de dólares —más que las reservas de Uruguay y Panamá juntas—, el régimen cubano activó su protocolo de siempre: mirar para otro lado.

Ni el Ministerio de Relaciones Exteriores, ni la presidencia, ni mucho menos los generales que manejan GAESA han abierto la boca para explicar por qué ese dinero no se usa para comprar medicinas, arreglar la luz o importar comida. Prefieren dejar que el escándalo se pudra en el olvido, como hicieron con los muertos del Maleconazo o los hospitales sin aspirinas.

Es la misma estrategia usada para ocultar las causas del accidente en Rafael Freyre y aquellas explosiones. O para olvidar los muertos de los supertanqueros de Matanzas.

Pero esta vez el silencio huele a miedo. Cuba atraviesa su peor crisis desde que Colón la «descubriera», con apagones de 20 horas, ancianos rebuscando en la basura y niños desnutridos. 18 mil millones podrían salvar vidas, pero GAESA los trata como si fueran el tesoro privado de los Castro: un botín de guerra que solo usan para construir hoteles vacíos y comprar lealtades.

Lo más cínico es que, según los documentos filtrados, el Estado les transfiere dinero en pesos cubanos mientras ellos acumulan dólares en cuentas offshore. Es el socialismo real: el pueblo paga los platos rotos y la élite militar se sirve el caviar.

La distracción y el silencio

El régimen lleva décadas perfeccionando este modus operandi: cuando los pillan, niegan, distraen o callan. Si la prensa internacional revela que GAESA no paga impuestos en divisas, responden con un comunicado sobre el bloqueo. Si les preguntan por los 18 mil millones, atacan al mensajero —como hicieron con el periodista Mario J. Pentón, tachándolo de «instrumento de la derecha».

Nunca dan la cara, nunca muestran los libros contables. Y todo porque pueden: GAESA es intocable. Ni la Contraloría General de la República tiene permiso para auditarlos, como admitió Gladys Bejerano antes de ser defenestrada.

Raúl Castro convirtió GAESA en un feudo medieval, donde los generales son los nuevos señores y el pueblo, siervos sin derecho a réplica. Los documentos filtrados prueban que el conglomerado opera como un banco central paralelo, con sus propias reglas y sus cuentas en Panamá o Suiza.

Mientras Díaz-Canel pide «resistencia» a los cubanos, los herederos de los Castro viven como jeques: compran yates, viajan en jets privados y educan a sus hijos en Europa. Todo con dinero que, técnicamente, es del Estado.

El macabro teatro que vive Cuba

Lo grave no es solo el robo, sino la impunidad con que se ejecuta. GAESA podría acabar hoy con los apagones (con 250 millones de dólares bastaría) o comprar medicinas para un año (43 millones), pero prefiere invertir en espejismos: megaproyectos turísticos que nadie visita, tiendas en divisas donde solo compran los jerarcas, y fondos de reserva para cuando la revolución caiga.

Mientras, la prensa oficial habla de «avances en la producción local» y culpa al embargo. Es un teatro macabro donde el público se muere de hambre y los actores ni siquiera se molestan en disimular.

El problema es que el tiempo ya no juega a su favor. Antes, el régimen podía esperar a que pasara la tormenta, pero hoy la gente no tiene ni pan para aguantar el discurso.

Los 18 mil millones de GAESA son la prueba definitiva de que Cuba no es un país pobre, sino un país saqueado. Y aunque el silencio les haya funcionado antes, esta vez la cuenta de cobro llega con nombre y apellido: los Castro, sus generales y toda la corte de burócratas que prefieren ver arder la isla antes que soltar un dólar.

El problema es que, cuando el hambre no entiende de silencios, hasta los jeques caen.

Deja un comentario