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FRANK: «DE LAS ESQUINA DEL RING SOLO SE SALE TIRANDO GOLPES»

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Por Ulises Toirac ()
La Habana.- Hay amigos muy especiales. No hablo de los de parranda, que los hay. Esos que saben (y tienen en común contigo) un determinado gusto específico en el área diversión, y te hacen pasarla a to trapo cuando se dan las ocasiones.
Hablo de amigos que conoces desde que tu madre te sonaba miradas «aquietorizantes» y siguen en la ruta hasta que eres un adulto mayor que ni esas miradas tienes que usar con nadie ya. Se mantienen presentes como con un cordón umblical toda la vida. Te conocen la evolución de todo, hasta de tus defectos… y siguen ahí. Uno los ve como tierra firme, no sé si me hago explicar.
Frank es uno de esos tipos. Nos conocimos en la CUJAE, músico de combito estudiantil él, actorzuelo de grupúsculo de teatro yo. Y no fue «flechazo», ¡no’mbreno! Las cosas fueron sucediendo de tal manera que unos pocos años después, íbamos en la cama de un camión de noche, dando tumbos por las carreteras de los pueblos colindantes con La Habana, haciendo espectáculos para recaudar fondos para las casas de niños sin amparo filial. Y ya para entonces tejíamos complicidades que se notaban en el escenario como una estrella.
El tipo es mantillero, y eso presupone un background. Pero es además un lector consumado y un estudioso profundo de la música. No hay chispa más pícara que las que veo en sus ojos cuando se calla la boca y sin embargo, habla. Como el título de una de sus canciones, es un filósofo, pero uno que no lleva la vida a la tremenda, sino que la guarabea y la acomoda brutalmente con la mejor de las sonrisas.
Sus frases son antológicas. «Si A es igual a B, y B es igual a C…» sustituye a «Verde con punta, guanábana». Tiene varias, todas con su sello, pero hubo una que me marcó profundamente una noche del 94, caminando por la avenida de Boyeros a la luz de aquellas farolas mortecinas pero sin faltantes por estar muy cerca de la Plaza de la Revolución.
Me debatía yo en un momento crucial de mi carrera (que es casi lo mismo que decir de mi vida personal). Los golpes llovían y las disyuntivas todas ofrecían un premio «cosa golda» y un riesgo elevado. A pesar de su aparente ligereza, esos temas han sido cosas que he preferido consultarle toda la vida, como se haría con una especie de conciencia exterior, a veces burlona y despiadada, pero casi siempre certera.
Se detuvo y me miró serio, ajustándose los espejuelos entre los dos ojos con un gesto rápido.
– Uly… De la esquina del ring ¡la única manera de salir es tirando golpes! -y echó a andar absorto y seguro de haber dicho una verdad galáctica. Y en efecto.

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