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FRANCAMENTE: SOLO QUIERO QUE SEAS FELIZ

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Por Kathy Eisenring ()
Basilea.- Ayer leí un post de uno de esos grupos que Facebook no deja de sugerirme (es una lluvia de esos últimamente!) y decía algo así como «¡Azúcar, aléjate de mi hijo!». Había una foto de un niño de unos cinco o seis años con velitas de cumpleaños sobre… una ensalada de frutas.
La madre oronda y proselitista juraba que su hijo jamás había probado el azúcar en ninguna de sus formas. Ni pasteles, ni dulces, chocolates o cualquier otro tipo de golosinas. El post tenía más de 300 comentarios, todos de madres emulando para ver cuál de sus hijos era el más sano.
Para ser honesta, quedé bastante sorprendida. Bien sé que hay niños pequeños que generalmente no comen azúcar (el mío durante unos tres años tuvo solo de vez en cuando un poquito de helado, algún pastelito o cake de cumpleaños) pero lo que me asusta es ese extremismo que va con cada cosa que se hace en este mundo nuestro.
Por supuesto que no se trata de atiborrar a un niño de dulces todos los días. Creo que tampoco es necesario un postre en cada comida. Pero esa mentalidad «sanitaria» cada vez más generalizada, provoca en mí cierto rechazo.
Supongamos que esos niños que nunca han comido nada que contenga azúcar vivan largos años (suponiendo que de adultos tampoco la consuman). Cada vez todo es más superficial, con compensación inminente y digital. Serían generaciones longevas, superficiales y, digámoslo así, reprimidas e infelices con todo lo políticamente correcto bajo la manga y sin siquiera un triste postre para compensar …
Pero eso no es todo, resulta que también los padres, además de prohibirles el dulcecito, los inscriben en infinidad de cursos y extraescolares que van desde japonés hasta física cuántica para menores, les gusten o no.
Conozco padres que jamás se cuestionan si su hijo es feliz, sólo les preocupa lo que (según ellos) les conviene. Los cambian de escuela después de haber creado un buen grupo de amigos para ponerlos en otras «más prestigiosas», les roban el tiempo de juego y el de los amigos para ahogarlos en lecciones particulares de las asignaturas escolares (sin contar con los «hobbies» impuestos)
Me dan pena esos niños… me dan asco esos padres, estrellas del planeta crianza frívola, y siempre recuerdo algo que en su momento no entendí, y que decía mi propia abuela: ‘A mí me da igual si eres abogada, periodista, manicure o costurera, yo sólo quiero que seas feliz’.
No dejo de pensarlo y de decírselo a Fabio (mi hijo): Yo sólo quiero que seas feliz. Y hay pocas cosas en este mundo que diga con tanta franqueza.

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