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Fidel Castro: el Rey de la elocuencia

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Por Luis Alberto Ramirez ()

A lo largo de la historia, la elocuencia ha sido una de las armas más poderosas de los líderes. Estos alcanzan el poder sin necesidad de empuñar directamente una espada ni derramar sangre con sus propias manos.

Los principios fundamentales de la elocuencia, como la sabiduría, gusto, imaginación e ingenio, han sido utilizados por muchos políticos. No como herramientas para construir la verdad, sino para moldearla según su conveniencia.

Estos atributos, cuando son puestos al servicio de la manipulación, se transforman en una fuerza casi hipnótica. Esta fuerza es capaz de arrastrar multitudes, doblegar voluntades e imponer obediencia sin necesidad de coacción física directa.

Uno de los casos más emblemáticos de este fenómeno en la historia contemporánea lo representa Fidel Castro. Su ascenso al poder en Cuba no fue solo resultado de una lucha armada, sino de un dominio casi sobrenatural del arte de hablar.

Su verbo inflamado, y su capacidad para envolver ideas complejas en un lenguaje llano, fueron instrumentos clave. Además, su talento para crear narrativas épicas alrededor de sí mismo ayudó a controlar a un pueblo entero, primero desde la esperanza, luego desde el miedo y la obediencia ciega.

Fidel y la mentira del Moncada

Uno de los episodios más reveladores de su astucia retórica fue el ataque al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953. Aquel día, un grupo de jóvenes, mal armados y sin experiencia militar, fue conducido a una operación suicida. Esta operación se dirigió contra una de las instalaciones más fuertemente custodiadas del ejército de Batista.

La gran ironía es que el propio Fidel Castro, el organizador intelectual de la acción, no participó directamente en el asalto. Según su relato posterior, se había “perdido en el trayecto”. Una excusa que, en cualquier otro contexto, habría sido suficiente para desacreditar a cualquier líder. Pero no fue así.

Con una habilidad impresionante, Fidel transformó su ausencia en una anécdota menor dentro de una narrativa heroica. No solo logró evitar el descrédito, sino que fortaleció su imagen como líder visionario. Convenció a los sobrevivientes de que la causa seguía viva, de que no habían fracasado sino sembrado la semilla de una futura revolución.

Su célebre alegato “La Historia me absolverá” no fue simplemente una defensa legal. Fue un acto de hechicería retórica. Redefinió la derrota como un acto heroico y se convirtió en mártir sin haber muerto, en comandante sin haber comandado.

La elocuencia para construir un mito

Este episodio revela una verdad profunda: la palabra, cuando se maneja con maestría, puede ser más poderosa que la acción. Puede justificar la cobardía, ennoblecer el fracaso, disfrazar la mentira de verdad y la manipulación de liderazgo. Fidel Castro no fue el único en lograrlo. Sin embargo, sí fue uno de los ejemplos más puros de cómo la elocuencia puede ser usada. Permitiendo así construir un mito personal que trasciende la lógica y los hechos.

Durante décadas, ese mismo talento para la palabra fue la base de su poder. Discursos interminables, cargados de anécdotas y de supuestas verdades históricas, se convirtieron en la piedra angular de su dominio. Frases cuidadosamente elegidas para emocionar al oyente también contribuyeron a su dominio sobre la sociedad cubana.

Su capacidad de envolver al pueblo en una épica constante hizo que muchos aceptaran sacrificios extremos sin rebelarse. Estaban convencidos de estar construyendo un futuro glorioso que nunca llegó.

En conclusión, la elocuencia es una herramienta neutral: puede ser usada para iluminar o para oscurecer. Cuando cae en manos de individuos con ambición desmedida y sin escrúpulos, como en el caso de Fidel Castro, se convierte en un arma peligrosa.

El pueblo cubano no fue derrotado por las balas, sino por las palabras. No fue obligado a obedecer, sino seducido, confundido y llevado de la mano hacia un abismo. Mientras Fidel hablaba y hablaba… nunca se arriesgaba. Pero muchos lo siguieron, y aún hoy, algunos lo siguen recordando como si de un héroe se tratase. Así de poderosa puede ser la palabra cuando la verdad queda a su merced.

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