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La historia de Pipo, un anciano «fuerte y ágil» cuya hija relata la rapidez con la que el virus acabó Por Yoelbis Albelo ()
Matanzas.- “Mi padre estaba fuerte, ágil y bien alimentado”. Con estas palabras, Nubia Álvarez describe a su padre, un hombre de 82 años conocido como Pipo, cuya vitalidad contrasta con la rapidez de su fallecimiento, atribuido al virus del chikunguña.
Su testimonio, recogido por la periodista Yirmara Torres Hernández, es un relato desgarrador que trasciende el dolor personal para convertirse en una pregunta incómoda sobre la eficacia del sistema sanitario cubano.
Pipo era un hombre activo. Hipertenso, pero con su condición “muy bien controlada”, realizaba caminatas diarias para ayudar con las compras y mantenía una rutina llena de vida.
“Era amigo de todos (…) siempre hablaba de los principios de la revolución”, recuerda su hija. Aunque no comprendía los apagones de 30 horas ni la destrucción de los centrales azucareros, su fe en el sistema permanecía inquebrantable, una lealtad que inculcaba a su familia.
El 19 de septiembre, la rutia se quebró. Pipo amaneció con fiebre y un dolor intenso en las piernas que, para esa misma tarde, le impidió caminar. “Creía que se me iba a caer, pero lo sostuve fuerte”, relata Nubia, quien lo hidrató y cuidó en casa mientras los síntomas empeoraban. Para el lunes, sus pies “se engarrotaron” y sufrió un desmayo, momento en que la familia decidió trasladarlo al hospital.
“Pipo empezó a delirar, quería levantarse a comprar un saco de carbón”, cuenta su hija. Ingresado en terapia intensiva el miércoles, el viernes falleció. “Los médicos trabajaron duro con él, pero no logré traer a mi Pipo a casa”, afirma Nubia, destacando la dedicación del personal médico pero sin poder ocultar su confusión y dolor.
Lo que más desconcierta a la familia es la virulencia del virus en un hombre que consideraban saludable. “Nunca se quejó de dolor de cabeza ni vómitos ni diarreas. Los síntomas fueron chikunguña…”, insiste Nubia, quien se pregunta abiertamente por qué el sistema de salud no pudo evitar este desenlace.
“¿Por qué? Si el primer paciente se sabe que fue en el Central España, un viajero que vino de Bolivia. Existen protocolos, ¿fallaron o están obsoletos?”, cuestiona. Y sentencia con frustración: “Basta. Este es un pueblo donde ir a la Universidad era prácticamente obligatorio”, una clara alusión a la expectativa de una respuesta más eficaz de las autoridades sanitarias.
Más allá de las preguntas, queda el vacío. Nubia se aferra al recuerdo de su padre como un pilar familiar que enseñó a sus nietos “a su imagen y semejanza”. Hoy, su mayor desafío es “levantar a mi mamá y a mis propios hijos”, quienes “lucharon por mi viejo y lo extrañan demasiado”.
Su testimonio cierra con la pregunta que resuena en miles de cubanos que enfrentan la actual ola de chikunguña: “No pueden entender, como no entiendo yo, si el chikunguña no mata”. La muerte de Pipo no es solo una estadística más; es la historia de una pérdida evitable que exige respuestas en medio de una crisis sanitaria que prueba los límites de la resistencia familiar y la eficacia institucional.