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Por Carlos Carballido ()
La noticia sobre el cáncer prostático «agresivo con metástasis en los huesos» del expresidente Joe Biden ha sido difundida horas después de que Trump advirtiera sobre investigaciones importantes relacionadas con la administración pasada, específicamente el uso indiscriminado del bolígrafo electrónico.
La noticia tiene un gran impacto, pero resulta totalmente manipulada por la sencilla razón de que una persona de la tercera edad sometida a exámenes médicos frecuentes (anuales o semestrales) no habría llegado a una fase de metástasis sin que previamente se hubiera detectado un avance de la enfermedad, como el cáncer prostático.
El cáncer de próstata en estado terminal (estadio IV) rara vez surge de manera inesperada en pacientes mayores que mantienen un seguimiento médico riguroso como es el caso de un expresidente. Este escenario es poco común debido a la naturaleza biológica de la enfermedad, la eficacia de los métodos de detección temprana y la posibilidad de intervenciones oportunas.
La mayoría de los cánceres de próstata son de crecimiento lento, especialmente en adultos mayores. Según la American Cancer Society, más del 80% de los casos se diagnostican en etapas localizadas, en las que el tumor avanza lentamente, incluso durante años. Es prácticamente imposible que haya escapado al team médico de Biden.
En pacientes sometidos a controles regulares (como Biden desde su presidencia, en algunos casos a fuerza de exámenes periódicos), esta lentitud permite identificar anomalías antes de que se diseminen. Solo un pequeño porcentaje (10-15%) corresponde a variantes agresivas, como el cáncer neuroendocrino, que escapan a este patrón, y que no parece ser el caso.
El propio National Comprehensive Cancer Network (NCCN) explica que un adulto sometido a exámenes médicos frecuentes puede monitorear la enfermedad sin necesidad de tratamientos invasivos.
Por ello, si el tumor muestra signos de agresividad, se opta por cirugía, radioterapia o hormonoterapia. Estas estrategias evitan que la enfermedad alcance fases terminales, incluso en pacientes octogenarios con expectativas de vida limitadas.
Según PubMed Central, para que un cáncer como el supuestamente diagnosticado a Biden se hubiera extendido de manera silenciosa, sin dolor ni molestias específicas, tendría que tratarse de una modalidad con mutaciones genéticas atípicas. Sin embargo, en pacientes con seguimiento continuo, incluso estas variantes suelen detectarse en fases premetastásicas mediante gammagrafías óseas o el llamado PET-CT.
En el caso de Joe Biden, cuya salud física y mental ya era evidente desde los primeros meses de su mandato, tanto los medios de prensa como sus correligionarios de partido se dedicaron a ocultarlo todo el tiempo.
Es muy sospechoso que hayan difundido esta noticia en medio de una vorágine política marcada por investigaciones de corrupción, en las que intervienen el FBI y otras agencias judiciales y de inteligencia.
La realidad es que vivimos cuatro años de una presidencia en manos de un hombre enfermo y sin las condiciones físicas y mentales necesarias para dirigir los destinos de EE. UU.
El cáncer «agresivo» de Biden es una desgracia personal. Pero también puede interpretarse como una estrategia oportuna para desviar la atención y, en cierta medida, justificar su pésima gestión en la Casa Blanca. Así de sencillo.