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EN DEFENSA DE ABEL PRIETO

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Por Jorge Sotero
La Habana.- La foto de Abel Prieto ‘roto’ durante las sesiones de la pasada Asamblea Nacional le ha dado la vuelta al mundo por cualquier vía, entre los cubanos que andan desperdigados por ahí, y también han surgido miles de hipótesis sobre las causas por las cuales el hombre aparecía en esa situación tan lamentable.
No conozco a Abel en persona, pero conozco el entorno de Amaury Pérez, cúmbila del flamante presidente de Casa de las Américas, y desde allí me llegó la versión oficial de las razones por las cuales el hombre se durmió en la plenaria profundamente.
«Abel no estaba enfermo. Nada de dengue, ni oropouche, y menos fiebre. Estaba así porque el día anterior se reunieron varios amigos en casa de Amaury Pérez, y entre partidas de dominó y wisky, se fueron a dormir casi al amanecer. Abel salió trastabillando y de milagro no se cayó. Eso es todo», me dijo una fuente cuyo progenitor también estaba en lo de los tragos.
«Abel se apareció con un Johnny Walker rojo, otro trajo un Chivas Regal de a litro y un tercero aportó un Grant, de los grandes… y luego de hablar un poco de música, de algún proyecto cultural, se sentaron a una mesa y no se pararon hasta que no quedaba una gota de aquellos licores en las respectivas botellas», me comentó.
Incluso, me dijo que Amaury le sugirió que se quedara, porque «al final en las asambleas esas siempre dicen lo mismo. No se le entiende nada a (Esteban) Lazo, algún tonto útil dará una perorata irresistible contando experiencias que a nadie le interesan, y luego, cuando haga falta hacer tiempo, le darán la palabra a Yusuam (Palacios) para que duerma a los delegados».
«Para eso, mejor te quedas en casa y duermes la mañana», le dijo Amaury, quien agregó, mientras soltaba una carcajada y dejaba escapar una bocanada de humo que «ya no eres ministro ni asesor del anciano. Así que nadie se dará cuenta de que faltas. Es más, pensarán que estás para el baño o que saliste a respirar aire puro».
No es la primera vez que un diputado acude, pasado de tragos, a una sesión de la Asamblea Nacional. Situaciones como esas se han vivido en muchas otras ocasiones, solo que, en esos casos, los involucrados prefirieron irse a «matar la mona» a otros salones, a sus carros, volvieron a casa, o no tuvieron la mala suerte de que una cámara los dejara en evidencia, como ocurrió con el otrora ministro de Cultura e incondicional de los hermanos Castro.
Al autor de El Vuelo del Gato no le pasará nada. Está en el lugar que quiere: en la tranquilidad de la Casa de las Américas, apartado de todo el murmullo alrededor de la política doméstica, aunque a veces se atreve, en alguna entrevista, a hacer referencias a supuestas virtudes del proceso que con tanto celo ha defendido, a veces sin argumentos, porque estos dinosaurios viven tan alejados de la realidad que ya no tienen ideas de nada.
Lo cierto es que el sueño que se gastó en las sesiones de la Asamblea constituye una muestra elocuente de lo interesante que estuvo la misma, de las opiniones encontradas, de lo apasionado de las discusiones y de los encontronazos entre una facción y otra por sacar adelante sus propuestas, dicho todo con sorna, porque allí no se debatió nada. Lo que dijo Manuel Marrano lo aceptaron sin problemas, alzaron después la mano y punto.
Abel no. Abel alzó la mano antes, la noche anterior. La alzó una y otra vez, y al final, de tanto empinar el codo se quedó dormido donde no debió hacerlo. Pero eso le da un poco más de color a estas cosas que suceden en el narniano mundo de la dictadura castrista. ¿O no?

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