
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Max Astudillo ()
La Habana.- En la Cuba de antes, la de Batista -ese dictador que el castrismo pinta como el summum de la tiranía-, hasta los revolucionarios podían atacar cuarteles, salir en la prensa y recibir condenas risibles. Fidel Castro, tras el Moncada, cumplió 22 meses en una prisión con biblioteca, visitas y hasta entrevistas.
El reo aquel, hasta alardeaba de haber cocinado camarones y de haberse fumado un buen puro. No lo invento yo. Por ahí están las cartas que escribió. Búsquenlas y verán si tengo razón o miento.
Hoy, por poner un cartel de «Libertad», te caen 20 años en una mazmorra del Combinado del Este, donde la biblioteca es el libro que te inventas en la cabeza para no volverte loco. Y te alimentas, si la familia te lleva un saco con pan tostado y leche condensada de la casa. Eso si la familia encuentra el pan y la leche.
¿Qué pasó después de 1959? Que la política se convirtió en un monólogo. El derecho a disentir se redujo a dos opciones: aplaudir o callar. Y el que eligió la tercera vía -hablar- terminó frente a un pelotón de fusilamiento. O encerrado casi para siempre.
A los que intentaron oponerse en los mismos albores de aquel cambio, los llenaron de plomo. Puedo escribir nombres, pero sería demasiado larga la lista. Solo quiero recordar que hubo hasta comandantes rebeldes.
Recordemos, después, a Orlando Zapata, muerto por sed de justicia en una huelga de hambre. O a Oswaldo Payá, «accidentado» cuando su llamado Proyecto Varela empezaba a asustar al régimen. En Cuba, la política olorosa a pólvora solo la pueden hacer los de verde olivo. Los demás, si intentan jugar, reciben plomo o prisión.
El chiste macabro es que la Constitución castrista -esa farsa que nadie votó con libertad- garantiza «libertad de expresión». Claro, siempre que hables de los yanquis, del bloqueo o de la «victoria moral» de comer basura. Pero si mencionas elecciones libres, te caen con el Decreto-Ley 370, que convierte un tweet en «acto subversivo» .
Y así han ido cayendo los más de 1.000 presos políticos actuales: periodistas como Lázaro Yuri Valle Roca, raperos como Maykel Castillo «Osorbo», maestros como los hermanos Martín Perdomo, o cualquiera que se atreva a decir en voz alta lo que toda Cuba murmura en las colas del pan .
Lo más cínico es comparar las condenas. En 1953, Fidel recibió 15 años (y salió en menos de dos). Hoy, Luis Manuel Otero Alcántara lleva cuatro años preso por «ultraje a los símbolos patrios» -es decir, por hacer arte-.
El castrismo no perdona ni a los que le imitaron: los de San Isidro son más peligrosos que los del Moncada porque no usan fusiles, sino poemas. Y eso asusta más: un régimen que sobrevivió a invasiones y crisis se desmorona ante una pancarta de «No más mentiras».
¿La diferencia entre antes y ahora? Que Batista era un sátrapa, pero dejaba huecos por donde se filtraba la dignidad. El castrismo selló todos los agujeros: controla la comida, la prensa, los jueces y hasta el miedo. Por eso hoy en Cuba no hay política: hay un teatro donde los actores saben que, si se salen del guion, el escenario se convierte en celda. Los únicos que pueden hacer un «debate» son los mismos de siempre: los que repiten como loros que el hambre es resistencia y la censura, soberanía.
Al final, la gran enseñanza del castrismo es que la única política permitida es la que no se hace. Los cubanos pueden hablar de béisbol, de ron, del calor infernal, pero si pronuncian las palabras «elecciones», «derechos» o «libertad», ya no son ciudadanos: son presos en espera de sentencia.
Entonces, el régimen, que se llena la boca con la «épica revolucionaria», sabe que su verdadero logro fue convertir a Cuba en una cárcel sin barrotes, donde el carcelero te dice qué pensar y cuándo llorar .