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ELECCIONES USA: NO SEREMOS LIBRES NI MÁRTIRES

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Por Carlos Cabrera Pérez

Majadahonda.- La polarización política que sacude a las sociedades postindustriales ha generado la fantasía de que en las elecciones de este martes en Estados Unidos, los votantes tendrán que elegir entre comunismo (Kamala Harris) y libertad (Donald J. Trump).

Como los cubanos no podemos ser menos y muchos sostienen que somos lo máximo; sin aclarar en qué; la contienda adquiere ribetes dramáticos hasta el extremo de creer que, a partir de hoy, seremos libres o mártires, como corresponde a un país frustrado en lo esencial político.

Los propios candidatos y las maquinarias demócratas y republicanas han contribuido a la polarización del electorado más militante y molestado al ciudadano reacio a la rebambaramba política, que tiene su voto decidido y casi siempre estable, en función de sus preferencias y en el ejercicio de su libertad.

Como los medios de comunicación han trasladado esa imagen de disputa cainita al mundo, un jubilado de un pueblo de Madrid comentaba la semana pasada que el atentado con resultado de oreja sangrante que sufrió Trump era un montaje.

Nada raro en una nación como España, donde la pasión antiamericana data de cuando perdieron Cuba (1898), la imaginería carece de límites y en cada rincón anida un Juan Candela, como aquel venerable de Las Villuercas (noreste de Cáceres) que desmentía la presencia de los americanos en la luna porque él había estado toda la noche mirando al satélite natural y no vio entrar ni salir a nadie.

Por suerte, la realidad es mucho más simple y plural que nuestras filias, fobias y desvaríos y el resto de la semana los estadounidenses sabrán quien será el nuevo administrador de «este país» los próximos cuatro años, si su senador -estando sujeto a renovación- ganó o perdió y cuáles leyes y enmiendas del paquete legislativo que acompaña a las presidenciales, tuvieron éxito o fracasaron.

Un cambio en la presidencia de Estados Unidos no implicará una modificación sustancial hacia Cuba, que carece de valor geopolítico para Washington, Moscú, Pekín y Johannesburgo; aunque el bondadoso Manolo Pombo siga creyendo, en su casita de Guanabo, que el resto del mundo no actúa hasta que La Habana no se pronuncia.

El castrismo extremó nuestro ombliguismo nacional hasta límites delirantes y en nuestros arrebatos, llevamos la penitencia del engreído que -cuando nadie lo ve ni oye- llama por teléfono a Miss Universo, pero ella no le responde.

Obviamente, el tardocastrismo apuesta por un triunfo de Kamala Harris, a la que no dejan de presionar para que les conceda un salve milagrero, apoyándose en la parte más zurda de la coalición en que ha devenido el Partido Demócrata; mientras que la mayoría de la emigración cubana en Estados Unidos parece apoyar al bronco colorao, en aras de que desate sobre La Habana un aguacero en venganza.

Los cabilderos y Agentes de influencia de Cuba en Estados Unidos llevan meses tratando de persuadir a la administración Biden de la conveniencia de un cambio, pero el presidente tiene memoria de los agravios e información de primera mano de las travesuras de los Davids de la DI en tierras de libertad y, cada cierto, tiempo le mete un conteo de protección a La Habana.

Paradójicamente, los componedores de batea procastrismo piden cambios a USA, pero no a La Habana, que sigue manteniendo su caduco y hambreador modelo de partido y prensa únicos; pero así es la vida, exijo al país que me acogió y protege lo que no pido al que me tuve que ir; así de incoherentes son los gusañeros (mitad gusano/mitad compañero).

Y la esperanza de esos maquilladores de la dictadura más vieja de Occidente es que Biden, aproveche la prórroga, de aquí al 20 de enero, para que saque a Cuba de la lista de promotores del terrorismo, pese a que Díaz-Canel y comparsa practican cotidianamente el terror contra la mayoría de los cubanos.

Y nadie crea que los gestionadores de alivios parciales lo hacen por amor a la patria ni nada parecido, actúan así porque sueñan con que la flexibilidad yuma sea correspondida con unas reformistas de café sin leche por los tiranos, teniendo ellos chance de ser reyecitos del mambo timbirichero, pero su teoría es fallida porque cada vez que el enemigo ha intentando suavizar, los Piratas del Caribe han halado el mantel y tirado la vajilla contra el suelo.

Ni con Trump ni con Kamala los males de Cuba tendrán remedio porque no es su maletín y, una vez en el poder, las diferencias de su diplomacia hacia la casta verde oliva y enguayaberada serán sutiles, apenas perceptibles porque las prioridades de USA son el Sahel africano, el Medio Oriente, Rusia-Ucrania y China que, por cierto, está encabronadita con La Habana.

Pero como en toda perfomance, siempre hay un gracioso y esta vez, le tocó el turno al compañero Bruno Rodríguez, que lanzó un boomerang en Naciones Unidas: «¿Quién puede creer que la política de EE.UU. es ayudar a Cuba»?

Menudo patinazo, canciller, los jodedores de La Habana y Miami, han reformulado su pregunta y queda así: ¿Quién puede creer que la política del tardocastrismo es ayudar a Cuba?

Déjese de ocurrencias temerarias que algunos de sus antecesores en otros cargos se pusieron a jugar a las candelitas y sufrieron la ira homérica del Pélida de Birán, al que no le gustaban los trabalenguas y mucho menos las improvisaciones con Estados Unidos.

Y de tanta ingeniosidad suya, se me ocurre una interrogante, ¿cuándo nombrará a un director general de USA en la cancillería? Ya sabemos que la pionera Tablada no da el perfil y mire que josea, pero teniendo a gente valiosa como José Ramón Cabañas, es una pena que el puesto siga vacante desde que Carlitos Fernández de Cossío ascendió a viceministro primero,

Canciller, no siga apostando al vacío, que la gente es muy mala y, en cualquier momento, le aplican el truene por renovación, siendo usted el ministro más longevo del pan con na’, 15 años, casi cuatro períodos presidenciales democráticos en Estados Unidos, el culpable de todos sus desvelos y satisfacciones.

Aunque su patinazo es comprensible porque el argumentario de su gobierno es chiquitico y ya no sabe cómo justificar lo injustificable y quizá la luminosidad extrema de Nueva York golpeó sus pupilas y entendederas, acostumbradas a las candilejas del primer territorio ¿libre? en América.

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