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EL ZAR DEL TABACO TIENE UN NOMBRE: MARINO MURILLO

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Por Oscar Durán

La Habana.- Si hay un tipo digno de admirar en esta basura de país, ese es Marino Murillo Jorge. Los otros días lo vi, después de tanto tiempo, y me dieron ganas hasta de decirle: eres el Caballo de Atila. ¡Cómo te descargo, asere!

Murillo Jorge fue el designado para darle un tiro de gracia a una isla moribunda. La terminó de matar con esa estupidez del Ordenamiento, sin embargo, ahora dirige el Grupo Empresarial de Tabaco de Cuba (Tabacuba), lleno de dinero en los bolsillos y viviendo como Carmelina.

Si se ponen a analizar, Murillo coronó. En primer lugar, nadie se acuerda de su figura. ¿Quién lo nombra? Un señor que acabó con Troya -mandado desde arriba, claro-, y ahora goza a tutiplén con un cargo codiciado por muchos.

Pasó de ser el Zar de la economía al Zar del tabaco. Mejor, imposible. Analicen bien: destimbalas económicamente a una nación, y el premio es dirigir una mina de oro como lo es el tabaco en Cuba.

Roberto Morales Ojeda, el posible sucesor de Limonardo, debe estar acomplejado. Anda para arriba y para abajo con Canel, excepto a la hora de viajar al extranjero. El sábado estaba por Guantánamo, otro fin de semana sin disfrutar de las comodidades de su casa, mientras Murillo vacilando en su casa con un botella de Havana Club Selección de Maestros y mirando un partido de la NBA.

Es un grande Marino Murillo. Nadie lo molesta, apenas recibe llamadas de “arriba”, tiene autoridad para hacer negocios y, lo más importante, está en un segundo plano, olvidado por todos.

De acabar con un país a pasar a ser el Zar del tabaco. Alejandro Gil es un imbécil al lado de Murillo. Nadie sabe del paradero de Gil; salió por la puerta de atrás, desprestigiado hasta por la misma dictadura, pero si nos ponemos a ver, el hermano de María Victoria Gil es un niño de teta al lado del gordazo cara redonda de Murillo.

Por eso debemos admirar a este personaje funesto. No porque sea un tipo excepcional, para nada; más bien porque supo hundir una isla a más de mil pies de  profundidad en el mar Caribe y quedar libre de pecado.

Salvaje donde los haya.

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