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El turista del hambre: las giras presidenciales que no alimentan a nadie

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Por Jorge Sotero ()

La Habana.- Mientras Cuba se cae a pedazos, el presidente recorre fincas como si fuera un turista de la miseria. Va, mira una mazorca de maíz que nadie podrá comprar, acaricia una frutabomba que nunca llegará a un mercado, y se toma la foto con campesinos que fingen sonreír porque saben que detrás del lente hay un pelotón de seguridad capaz de hacerlos desaparecer.

Es el circo más triste: el del poder que pasea por la ruina como si estuviera admirando un jardín. ¿Qué sentido tiene tocar una papaya cuando los hospitales no tienen algodón? ¿Para qué sirve caminar junto a una turbina rota cuando los niños se desmayan en las escuelas por el calor?

El objetivo de estas visitas no es resolver nada, sino montar el teatro de la preocupación. Es la puesta en escena de un gobierno que ya ni siquiera intenta mejorar la vida de la gente, solo quiere demostrar que «está presente». Pero su presencia es como la de un fantasma: no da órdenes útiles, no anuncia créditos, no reparte recursos. Solo deja un rastro de discursos vacíos y promesas que todos saben incumplidas. Lo único real es el contraste: él, con su camisa planchada y su séquito de aduladores; el pueblo, con la ropa sudada y la nevera vacía.

Lo más cínico es que estas giras ocurren en medio del colapso total. ¿De qué sirve que inspeccione una termoeléctrica si luego no hay combustible para hacerla funcionar? ¿Qué valor tiene que recorra un pueblito si las medicinas para ese mismo lugar tienen que llegar desde Miami? Es como si un médico visitara a un enfermo terminal para tomarle la temperatura y se fuera sin recetarle nada. La única diagnosis que ofrece es la misma de siempre: «Hay que resistir». Y mientras, la gente se muere de diarrea porque no hay pastillas para purificar el agua. Cuando hay agua…

El mismo engaño de siempre

Estas visitas son, en el fondo, un insulto a la inteligencia colectiva. Porque todos saben que el maíz que muestra el presidente no se venderá en las bodegas, que la turbina que revisa seguirá rota mañana, y que la calle pintada de madrugada volverá a llenarse de basura por la tarde . Es el mismo engaño de siempre, pero ahora más obsceno porque la necesidad es tan grande que hasta el disimulo resulta grotesco. ¿A quién intentan engañar? ¿A los cubanos, que llevan décadas sobreviviendo a mentiras mucho mejor elaboradas?

El hambre no se cura con fotos, ni la oscuridad se ilumina con discursos. Mientras Díaz-Canel juega a ser el presidente trabajador, las madres revuelven la basura en busca de comida y los ancianos mueren esperando una aspirina. Su «activismo» de fachada es la coartada perfecta para la inacción: parece que hace algo, cuando en realidad solo está matando el tiempo hasta que el país estalle por otra esquina. Es la estrategia del avestruz, pero con cámaras y escoltas.

Al final, estas giras son la confesión de un poder que ya no tiene nada que ofrecer. No van a solucionar problemas, porque el régimen es el problema. No van a llevar comida, porque el sistema que defienden es el que la impide llegar.

Solo sirven para recordarnos que en Cuba hay dos realidades: la del presidente, que pasea; y la del pueblo, que se pudre en la espera . Y entre ambas, solo media una cosa: el desprecio de quienes gobiernan para quienes sufren.

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