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Por Sergio Barbán Cardero ()
Miami.- Las declaraciones del primer ministro cubano, Manuel Marrero, no son un simple desliz; son el retrato fiel de cómo se piensa, o se evita pensar en la cúpula del poder en Cuba.
Con toda la autoridad de su cargo, Marrero afirmó que era contradictorio construir casitas infantiles al lado de círculos infantiles parcialmente cerrados. Y lejos de sugerir que se reparen esos círculos deteriorados, «su brillante propuesta fue detener la construcción de nuevas casitas»… o, mejor aún, hacerlas más lejos.
¿Más lejos de qué, exactamente? ¿Del fracaso visible? ¿De la ruina estatal que no quieren mirar ni enfrentar? ¿Por qué Marrero, en vez de detener lo que funciona, no exige que se reparen los círculos infantiles clausurados o abandonados?
¿Por qué no se pregunta las razones que por lo que estan a medio cerrar? ¿Dónde están los recursos, el personal, la voluntad política?
Ah, claro… sería muy incómodo reconocer que el sistema no sirve ni para mantener lo que ya tiene. Que se construya algo nuevo, aunque sea útil, necesario o incluso mejor, no puede permitirse si deja en evidencia lo viejo y lo inservible o lo abandonado.
Es la vieja historia del sofá: «El marido encuentra a su mujer con otro en el sofá… y resuelve el problema tirando el sofá por la ventana».
Esa es la lógica de Marrero; «tirar el sofá. Castigar lo que funciona para no arreglar lo que está roto. Su prioridad no es el bienestar infantil, sino que no se note el abandono, la locura y la incapacidad para gobernar.
No importa si la casita infantil al lado del círculo cerrado ayuda a las madres trabajadoras o brinda educación temprana a los niños. No. Lo que importa es que no “contradiga” la ruina, que no ofenda al deterioro con su mera presencia.
Así se gobierna en Cuba; evitando soluciones, bloqueando iniciativas, frenando lo nuevo para que no contraste demasiado con lo viejo. Y mientras tanto, los niños esperan. Las madres desesperan. Y el poder… se protege de su propio fracaso.