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Por Rosa Marquetti ()
La Habana.- Lo dejo bien claro: conste que los músicos reparteros no son los culpables: siempre la música y las artes han sido el reflejo de sus tiempos, como lo fueron el son, la guaracha, el mambo, el cha cha chá….
El reparto, insisto, es la banda sonora de la debacle, el desbarajuste nacional, la crisis de valores.
A quien no ha conocido otra cosa que la miseria material y espiritual, no se le puede pedir que no reproduzca el medio donde ha vivido.
Otra cosa muy diferente es que un gobierno, en lugar de preservar la enorme cultura musical que el mundo entero le reconoce a Cuba, se preste para validar desde la práctica del ordeno y mando, ese estilo musical que surgió de sus prolongadísimos e injustificados errores.
Es cuando menos hipócrita, oportunista y sibilino: primero marginalizan a todo un país llevándolo a la miseria material y espiritual y después quieren convertir esa miseria en activo económico explotable.
La cúpula es empática con el reparto, ellos mismos, desde la escasa hondura cultural y de pensamiento que demuestran, son reparteros ideológicos, lo aman y lo gozan, ven normal el sexismo, la misoginia.
Y también la exhibición del poder económico, la degradación de la mujer y hasta las relaciones de adultos con menores, como recientemente vio normal un medio de prensa digital.
Y dentro del desespero nacional por sacar de donde hace tiempo ya no hay, han llegado a creerse que tienen en el reparto una fuente inmediata y cuantiosa de ingresos.
Lo primero entonces: blanquear el reparto, que tanto mulato y negro cuestionado con problemas con la justicia “no viste”.
Mejor promover y apoyar a un blanquito dócil y bonitillo (para algunos y algunas, no para mí) y políticamente correcto. ¡Ilusos ellos que creen que pueden construirse un Bad Bunny nacional!
No saben nada de las industrias del entretenimiento en el mundo. No me sirve tampoco que me digan que en todo el mundo el reggaetón se ha impuesto como reflejo de otras sociedades.
En la cubana, hay un gobierno que proclamó, entre sus principios irrenunciables, la lucha por la justicia social y la elevación de la cultura popular y en su acostumbrada incoherencia.
Ahora ha elegido un estilo musical (no es un género) y ha roto lanzas en su defensa, cosa que en el mundo mundial hacen las compañías discográficas y las empresas productoras de conciertos para defender sus intereses, pero no los gobiernos.
Ninguno se atrevería porque enseguida se les descubriría el plumero por debajo de la ropa: estarían defendiendo intereses comerciales, legítimos o espurios, pero comerciales y propios.
Entonces, por ahí va la cosa: se trata de legitimar el reparto con verborrea seudocientifica y respaldar con ello algunos negocios de nuevas generaciones de ciertos abolengos que cambiaron la épica histórica por la moda repartera.
¡Una pena que algunos músicos y “voces autorizadas” se presten para esta vergüenza!
Una pena que muchos músicos y musicólogos callen, miren para otro lado y no pongan su prestigio y conocimientos a cuestionar este sinsentido.
Y sí, claro que también puedo comprender que a veces las motivaciones son más simples: lo de Bad Bunny en calzoncillos en la publicidad de Calvin Klein debe tener locos a más de uno y una, con esa “creatividad” con que alegremente se vinculan al mundo de la moda.
Más de un sueño húmedo debe haberles devuelto la imagen de Bebeshito posando ídem para cualquier marca capaz de prometerles un buen baño de miles de dólares… ¡Se están viendo horrores!!