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Por Ramón García Guerra ()
La habana.- Califiqué de fascista al régimen cubano y recibí la censura de una compañera. «Tendré en cuenta su opinión –le dije–. Pero no sé qué nombre poner a un Estado que ha dado las espaldas a la sociedad y ha abandonado a la gente a su suerte».
Luego insistí: «Quizá haya un término para referirse a este drama nacional sin herir el espíritu pequeño burgués de mucha gente. Y no hablo de Ud, que sé que no va por ahí lo suyo.»
Luego fue un camarada (troskista) el que insistió en que no había sido una definición feliz la que hice, aunque al yo contestarle me dijo que el punto 3 era correcto.
Prometí que iba a pensar mejor el asunto. Desde luego, no he usado ese calificativo de un modo festinado. Puedo y debo dar mis razones al respecto del caso.
Sucede que el 60 por ciento de las inversiones en Cuba –por ejemplo– se hacen dónde vive el 20 por ciento de los cubanos.
Explica eso que en medio de una situación límite la solución no sea convocar a un diálogo nacional, sino la de lanzar a pueblo contra pueblo.
Precisamente fue esa la forma del poder que adoptaron la Alemania nazi, la Italia fascista y la España franquista.
Hallo que el régimen cubano tiene un aire de familia con el fascismo, que no es otra cosa que una deriva de la democracia liberal en el «Mundo Libre».
Sucede que la Revolución se dió un momento inicial de provisionalidad que duró más de tres lustros. Después de eso el régimen se dió un orden institucional que se ha visto sometido a un estado de excepción, todo el tiempo. Incluso las reformas de 1992 y 2002 son una expresión de esa contingencia, situación que tampoco se ha resuelto con la Constitución hoy vigente.
PD. Fascista no fue convocar al pueblo a defender una Revolución, porque ésta vale tanto como sepa hacerlo. Fascista es no haber convocado a un diálogo nacional y mantener hoy a mil 60 presos políticos en las cárceles.