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Por Anette Espinosa ()
La Habana.- En los últimos años, Cuba ha visto crecer de forma alarmante el consumo de drogas, especialmente entre los jóvenes. Una sustancia conocida como «el químico» se ha propagado por barrios y ciudades, creando una crisis de salud pública que contrasta con la imagen de control absoluto que proyectan las autoridades.
Mientras el diario Granma, en su edición de este 28 de agosto de 2025, intenta minimizar el problema y presentar una estrategia gubernamental robusta, la realidad que emerge de testimonios y reportes es muy diferente: un fenómeno profundamente arraigado con consecuencias devastadoras para la población más vulnerable.
El «químico» es un cannabinoide sintético que se ha popularizado por subajo costo y alta accesibilidad. A diferencia de drogas tradicionales como la marihuana o la cocaína, esta sustancia se produce de forma artesanal, mezclada con productos tóxicos como formol, anestesia para animales o pastillas para la epilepsia. Su efecto es rápido e intenso: unos 10 minutos de euforia seguidos de 20 minutos de resaca, lo que incita al consumo repetido y acelera la adicción.
Una dosis cuesta menos que un kilo de azúcar, lo que la hace accesible incluso para los sectores más pobres. Esto ha generado un «boom» en su comercialización, especialmente en zonas urbanas como La Habana, Sancti Spíritus y Guantánamo.
El «químico» tiene efectos devastadores. Los consumidores reportan desde calambres y taquicardias hasta pérdida de conciencia y riesgo de muerte. Ismael, un joven de 21 años de Sancti Spíritus, relató: «Pensé que iba a morir; vomité hasta quedar paralizado».
A pesar de la retórica de «tolerancia cero» que promueve el gobierno, las acciones concretas han sido fragmentadas y reactivas.
El artículo de Granma destaca la aprobación del Dictamen 476 del Tribunal Supremo Popular, que busca agravar las penas por tráfico de cannabinoides sintéticos. Sin embargo, esta medida legal no aborda las causas profundas del problema: la pobreza, la falta de oportunidades y la escasa educación preventiva.
Prevalece más un enfoque represivo que uno preventivo. Mientras las autoridades se enorgullecen de que el 90% de los acusados por progas son condenados (con penas que fluctuan y que dependen de muchas cosas. Hasta del parentesco de los inculpados con alguna autoridad), los programas de rehabilitación y prevención son insuficientes. El doctor Alejandro García Galceran, director del Centro de Salud Mental de Centro Habana, admitió: «Aún hay fallos y brechas… la situación económica está afectando mucho». Esa declaración deja a muchos en evidencia.
Aunque se reportan incautaciones (como los 11.33 gramos de «químico» ocupados en Sancti Spíritus en 2024), estas operaciones son reactivas y no logran frenar el flujo de drogas. El teniente coronel Iván Ruiz Mata, jefe antidrogas en Sancti Spíritus, reconoció que la sustancia llega desde La Habana a través de redes interprovinciales bien organizadas.
Además, la policía hace la vista gorda, incluso ante denuncias de que en algún lugar se vende el «químico».
Los relatos de los jóvenes consumidores desmienten la narrativa oficial de que el problema está «bajo control». En entrevistas recientes con Cubanet y CubaDebate, varios adolescentes describieron cómo el «químico» destruye familias y arruina vidas en pocos meses.
Uno de los grandes problemas es la adicción temprana. Una joven de 18 años confesó: «Tengo 18 años, consumo desde los 15… perdí a mi familia y hasta la vergüenza».
Otro consumidor explicó: «Te dicen ‘la droga es mala’, pero la primera vez ni te mata ni la ves tan mala… hasta que ella domina tu mente». Esto refleja la ineficacia de las campañas preventivas actuales, que no logran conectar con la realidad juvenil.
El texto de Granma incurre en varias omisiones y contradicciones que es necesario destacar:
Minimalización de la magnitud: Mientras Granma presenta el «químico» como un problema controlado gracias al Dictamen 47613, reportes independientes y testimonios muestran que el consumo sigue creciendo, especialmente en provincias centrales y orientales.
Ignorar los factores socioeconómicos: El artículo oficialista evade mencionar cómo la crisis económica cubana (escasez de alimentos, inflación y pobreza) impulsa el consumo. Residentes en Guantánamo señalaron: «Es más barato comprar esa droga que alcohol».
Opacidad de Datos: Granma no proporciona cifras actualizadas sobre adicciones o muertes por sobredosis, solo se limita a destacar sentencias judiciales. Esto contrasta con la advertencia del coronel Juan Carlos Poey: «Hay consumo y afectaciones por cannabinoides sintéticos en La Habana y zonas centrales».
La estrategia gubernamental se centra en el castigo ejemplarizante y la vigilancia en fronteras, pero falla en abordar el problema de forma integral. Mientras, el «químico» se vende «casi a la vista de todos» en barrios como Kilo-12 de Sancti Spíritus, lo que sugiere que las redes de tráfico operan con impunidad relativa.
Falta de recursos: El mismo doctor García Galceran admitió que «existen municipios que no tienen siquiatra o quienes atiendan directamente el fenómeno de las adicciones».
Corrupción e impunidad: Aunque Granma elogia la labor de aduanas, históricamente Cuba ha sido señalada como ruta de narcotráfico internacional. Carlos Lehder, fundador del Cartel de Medellín, afirmó que el régimen castrista facilitó el tráfico de cocaína en los años 80, una sombra que aún planea sobre las instituciones.
La epidemia del «químico» en Cuba es un síntoma de problemas más profundos: la desigualdad, la falta de perspectivas juveniles y la incapacidad del Estado para ofrecer soluciones más allá de la represión. Desmentir el artículo de Granma, o desmontarlo, no es solo cuestión de señalar sus omisiones, sino de exigir transparencia y acciones concretas:
-Programas de rehabilitación accesibles y modernos.
-Educación preventiva en escuelas y comunidades.
-Mejora de las condiciones económicas para reducir la vulnerabilidad.
Como bien resume un joven rehabilitado: «La droga parece bonito, pero adentro es lo más malo del mundo». Ignorar esta realidad, como hace el discurso oficial, solo garantiza que el «químico» seguirá devastando a una generación entera.