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El propósito «civilizado» del garrote

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Por Datos Históricos

La Habana.- El garrote fue, durante siglos, el instrumento de ejecución más temido de España y de varias colonias hispanoamericanas. Su sencillez lo hacía aún más aterrador: una silla de madera, un collar de hierro, y un tornillo en la nuca. Nada más. Nada menos.

A diferencia de la hoguera o la horca, el garrote tenía un propósito “civilizado”: matar sin derramar sangre. Pero su frialdad mecánica lo volvía aún más inhumano.

El verdugo, detrás del condenado, giraba lentamente una manivela. A veces un solo giro bastaba para romper el cuello; otras, el proceso era lento, casi quirúrgico. El aire se volvía un lujo, los músculos se tensaban, el cuerpo se volvía piedra.

Durante siglos, esa silla fue testigo de los últimos suspiros de rebeldes, herejes, criminales y opositores políticos. Su sonido —el crujido del tornillo— simbolizaba la obediencia impuesta por el miedo.

Incluso en el siglo XIX, cuando Europa ya hablaba de derechos y progreso, el garrote seguía activo en plazas públicas. Era un espectáculo y una advertencia: así terminaban quienes desafiaban al poder.

La última ejecución con garrote en España tuvo lugar en 1974, bajo la dictadura de Franco.

El verdugo aún giró la manivela, el tornillo aún crujió, y el silencio volvió a caer sobre la habitación de piedra.

Hoy, esa silla permanece como una reliquia sombría. No solo de un castigo, sino de una época en que la ley y la crueldad compartían el mismo asiento.

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