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EL PROBLEMA NO ES QUE FALTA COMIDA, SINO QUE SOBRA DICTADURA

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Por Albert Fonse ()

En Cuba hay un hambre que se mete en los huesos, que te despierta de madrugada con punzadas en el estómago, que no te deja concentrarte, ni pensar con claridad, ni soñar.

Eso es lo que se vive en en nuestra isla, no como episodio aislado, no como consecuencia de una catástrofe natural, o por el famoso “bloqueo”, sino como una política de Estado Totalitario sostenida por décadas. Es un hambre que paraliza, pero también empuja. Porque cuando el estómago cruje, la conciencia tambalea, y uno termina haciendo cosas que jamás imaginó: robar, prostituirse, mendigar, sobornar, vender lo que no es suyo. No porque no haya valores, sino porque ya no hay opciones, o si (la calle).

Esa es la tragedia de Cuba. No es solo la falta de comida, es el desgaste de lo humano. Es ver cómo una madre le miente a su hijo diciendo que ya comió para dejarle el último plato de arroz. Es ver a un anciano desmayarse en la cola por un pedazo de pan. Es la degradación constante de la dignidad. El hambre no solo arrasa con el cuerpo: arrasa con la moral, con la decencia, con la voluntad. Aún así, te obliga a levantarte cada día, a resolver, a inventar, a sobrevivir como sea.

En contraste entre gobernantes y el pueblo

Muchos crecimos entre la leche de soya, el pan racionado, los bistecs de toronja y las croquetas misteriosas. Pero lo de hoy es peor. Lo que antes se llamaba “período especial”, hoy es la normalidad. Ya no es una zona o una etapa: es toda la isla en todo momento. La carne es un recuerdo. La leche es para “los niños menores de siete años”, y aún así no hay. Los mercados están vacíos. Las farmacias, también. La libreta de racionamiento es una burla. El salario casi no alcanza ni para comprar un cartón de huevos en el mercado informal.

Mientras tanto, los que gobiernan engordan. Barrigas llenas, familias bien alimentadas, lujos importados, viajes al extranjero, clínicas privadas, buffets, whisky, y carros modernos. Los hijos de la élite estudian fuera, comen en buenos restaurantes, disfrutan de los hoteles. Mientras el pueblo revuelve cazuelas vacías, ellos brindan con vino caro o con cerveza en sus mansiones. El contraste es tan grotesco que ya no se puede ocultar ni con consignas ni con represión.

La solución está en tomar el control total

Yo pasé hambre. Lo sé en carne propia. Pero nunca como ahora he visto a toda una nación tan hundida, tan desesperada, tan atrapada en una escasez que ya no es coyuntural, sino estructural. Cuba tiene tierra fértil, gente trabajadora, sol, agua y mar. Lo que no tiene es libertad. Sin libertad, no hay comida que alcance, ni ideas que prosperen.

La solución no está en esperar limosnas del exilio, ni en rezarle al próximo barco de arroz. La solución está en tomar el control, en exigir un cambio real, en reconocer que el hambre en Cuba no es una consecuencia… es una herramienta de poder. Mientras no rompamos con quienes la utilizan para someternos, seguiremos con el estómago vacío y la esperanza famélica.

¿Qué se puede hacer? Lo primero es no resignarse. El hambre no es normal. El hambre no es culpa del embargo, ni del clima, ni del imperialismo. El hambre es culpa de un sistema diseñado para controlar, no para alimentar. Salir del hambre implica cambiarlo todo. Implica dejar de justificar lo injustificable. Implica rebelarse. Decir basta. Dejar de creer que se puede sobrevivir sin dignidad. Porque el problema de Cuba no es que falte comida, sino que sobra dictadura.

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