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Por René Fidel González García
Santiago de Cuba.- Cuando empezamos a decir que el problema era político, nos acusaron de ser locos; cuando insistimos en que el problema era de derechos y libertades, nos acusaron de ser mercenarios; cuando dijimos que el problema era político porque la represión de las protestas era un golpe del contra la Constitución recién refrendada, nos dijeron que lo que decíamos era absurdo.
Cuando lloramos porque entendimos que cientos de miles de cubanos -¿un millón y contando?- cerrando definitivamente sus proyectos de vida en Cuba era la solución política de los que se negaban a resolver el problema político, nos dijeron que nosotros no entendíamos que ellos respetaban la voluntad y decisión de los otros de irse, que los brazos de la Nación estarían abiertos para cuando quisieran regresar; cuando dijimos que la solución de la crisis económica era esencialmente política nos argumentaron que el problema era que a ellos -sabios y comprometidos- no los estaban escuchando.
Cuando les advertíamos que el problema era político porque no nos tomaban en cuenta a todos y porque no podíamos impedir que siguieran tomando decisiones erradas, ni removerlos de sus cargos y funciones por medios políticos lícitos, nos ignoraron con la ilusión de ser escuchados y tomados en cuenta ellos; cuando dijimos que el problema era político porque la responsabilidad de intentar una y otra vez salir de una crisis y no lograrlo -y por en contrario internarse cada vez más en ella- es siempre una crisis de liderazgo, nos dijeron que lo que aplica para el béisbol, para una empresa o para el resto de las cosas en esta y en la otra vida, no aplica para el Gobierno.
Cuando empezamos a decir, asqueados, que los cubanos intentando comer, vestir, calzarse en los basurales, era una epidemia de indiferencia política en Cuba que podía volverse endémica en nosotros, nos dijeron que nadie se iba a quedar desamparado, que éramos pesimistas; cuando dijimos que la represión política era un problema de exclusión, discriminación, castigo y desigualdad política, ustedes miraron a otro lado y dijeron que no, que el problema no era político porque no era con ustedes.
Cuando dijimos que el problema de la mentira era un problema de confianza y credibilidad política nos dijeron que “ por ahí andan diciendo en las redes que vamos … “ e hicieron una Ley contra la comunicación de la verdad política; cuando los ancianos empezaron a morir con hambre en los márgenes de las calles, de los ríos, de las aceras y de los camastros de olor a sudor carcelario, nos dijeron que el problema no era político sino de vulnerabilidad, pero como éramos tercos asentimos: vulnerabilidad política; cuando dijimos que el problema de la violencia era un problema político porque la pobreza era la forma más brutal, expansiva y demoledora de violencia política nos dijeron estábamos equivocados, que el problema era el racismo, el machismo y las letras obscenas y violentas de los reparteros.
Cuando dijimos que la democracia, que la libertad y los derechos, eran la esperanza política de al menos de una oportunidad a la felicidad en la única vida que íbamos a tener, nos trataron como disidentes y nosotros supimos de inmediato el por qué: el problema era político.