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Por: Jorge L. León (Historiador e investigador)
Houston.- Cuba esperaba justicia, libertad y respeto a la ley; recibió engaño, miedo y hambre. El alegato de Fidel Castro, conocido como el Programa del Moncada, se presentó como un manifiesto de redención nacional, pero desde su primera línea ya escondía la trampa que décadas después devastaría la isla.
El llamado Programa del Moncada, presentado en su alegato “La historia me absolverá”, no fue un plan de liberación, sino la coartada más vil para engañar a un pueblo sediento de justicia. Sus páginas eran un disfraz: promesas de reforma social, igualdad y democracia que pronto se convirtieron en herramientas de opresión.
Castro prometió “el derecho al trabajo, a la tierra y a la dignidad”, pero en la práctica sepultó la libertad, centralizó el poder y convirtió a Cuba en un cuartel gigantesco. Hablaba de restaurar la Constitución de 1940, pero apenas tomó el poder la mutiló, instaurando una tiranía personalista que borró todo vestigio de democracia.
El mismo hombre que gritaba en 1953: “Nosotros no venimos a destruir, venimos a realizar los sueños de Martí”, fue quien poco después persiguió, encarceló y fusiló a cubanos por pensar distinto. El Moncada no fue el inicio de una revolución libertaria, sino el prólogo de una dictadura sin cuartel.
• La “tierra para el campesino” se convirtió en colectivización forzada. Los campesinos que habían soñado con parcelas propias quedaron atrapados en cooperativas estatales donde nadie era dueño de nada.
• La “educación gratuita” fue transformada en adoctrinamiento ideológico. Profesores independientes fueron reemplazados por militantes del régimen; la enseñanza crítica fue eliminada.
• La “salud para todos” derivó en hospitales ruinosos, largas colas y exportación de médicos como esclavos modernos, mientras los cubanos sufrían carencias elementales.
• La Constitución de 1940, símbolo de justicia y derechos, fue enterrada y sustituida por leyes que reforzaban el control absoluto del Partido Comunista.
A pesar de quebrar su propio programa desde el primer día, Fidel supo manipular al pueblo mediante carisma, miedo y propaganda. Se presentó como heredero de Martí, defensor de los humildes y única esperanza frente a la corrupción anterior. Su retórica convincente convirtió la ilusión de cambio en fe ciega; el miedo a represalias convirtió el escepticismo en silencio.
La propaganda del régimen exageraba cada “logro”. Mostraba hospitales parcialmente equipados como pruebas de éxito, o escuelas construidas sin calidad como victorias del pueblo. Mientras tanto, la mayoría de los cubanos sufría hambre, desempleo y represión.
Se creyó en un héroe que, en realidad, construía un imperio personal sobre los cadáveres de la libertad y la justicia.
Cubanos de la época recuerdan cómo los que recibieron tierras fueron luego obligados a entregarlas al Estado. Cómo maestros y médicos críticos fueron expulsados o encarcelados, y cómo cualquier denuncia de injusticia era respondida con miedo, silencio o violencia.
Cada promesa incumplida reforzaba la desilusión, pero también la obediencia: se aprendió a sobrevivir bajo mentiras, y la fe ciega en un líder que traicionaba fue cultivada con miedo y propaganda.
El Programa del Moncada fue, en definitiva, la mentira fundacional de la tragedia cubana. Allí nació la gran traición. Nació en un texto convertido en dogma, un panfleto disfrazado de epopeya, que sirvió solo para entronizar a un tirano y condenar a un pueblo al hambre. También al silencio y al miedo.