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Pr Sayli alba Álvarez ()
La Habana.- Cada tarde cuando recogía a mi hijo de la escuela me cruzaba con el carro de la basura y saludaba a Luisito, a veces sólo adiós, otras veces hacíamos algún comentario o me preguntaba por el músico (mi marido).
Hace unos días lo volví a ver, pues ya mi hijo regresa solo a casa y ya no lo veo en las tardes cargando basura. Lo saludé y se rió porque le dije que tenía la cara muy sudada y utilizó un juego de la infancia que hacía que yo le diera manotazos por el hombro, dijo y tú estás toda desgreñada.
Por primera vez mi hijo me pregunta ¿mamá quién es ese basurero?
Luisito cursó la Secundaria conmigo y nos sentábamos juntos porque era por orden alfabético, yo Alba y él Baguet. Su hermano había sido alumno de mi mamá en la escuela especial. «Su papá es loco» decía mi madre y la madrastra también. No recuerdo si su mamá murió o lo abandonó. Sí sé que me llamaba la atención un niño que no vivía con su mamá.
Luisito aprendía con facilidad y tenía una letra grande y limpia. Leía, comentaba lo que leía y le gustaban las ilustraciones de colores de las revistas, pero Luisito no era como los demás. Llegaba tarde, no llevaba merienda ni ropa de Educación Física, no hacía las tareas, no estudiaba para las pruebas y sus zapatos eran viejos.
Esto ahora parece normal, en mi época Luisito marcaba una diferencia. Su madrastra iba a la escuela con muchas jabas y tenía la espalda semienvorvada y su papá fumaba tabaco y caminaba muy rápido, casi corría.
Una vez Luisito se enfermó. Tuvo muchas fiebres y faltó a la escuela. La guía del aula que era una mujer muy fina y linda me pidió que la acompañara a casa de Luisito a verlo. La casa era en la ciudad, en la calle Juli Antonio Mella, me parece estarla viendo, impecablemente limpia. Con muchos jarritos y calderitos que brillaban, pero piso de tierra y una pobreza estremecedora.
Luisito estaba en una cama de hierro y casi llegando al suelo de lo hundido que estaba. Ese día la fiebre no se le bajaba y la madrastra lo tapó con el mantel de la mesa. No sé qué pasaría por mi mente de tal vez doce o trece años en aquel entonces. Después dejé de verlo. Ni sé qué hizo cuando salimos de la Secundaria. Él aprobó todo porque él aprendía muy bien, también me acuerdo que fue a mi fiesta de quince años.
Con tantas vueltas de la vida anduve por un diplomado de género y una profesora habanera dijo que no todos teníamos iguales posibilidades aunque tuviésemos iguales o mejores capacidades porque importa el punto de partida y recordé a Luisito. A lo mejor si él hubiese tenido alguien que le dijera tú puedes, tú tienes que estudiar obligado, alguien que le revisara las libretas y le diera un libretazo por la cabeza cuando hay alguna chapucería o tarea por hacer, su vida hubiese sido otra.
Yo le doy libretazos a mi hijo, lo obligo a leer y a superarse y no le ha pasado nada por eso porque todos necesitamos alguien que nos controle y que nos diga, tú me importas y prepárate si lo haces mal, aunque luego no hagamos más que ponernos serias.
Luisito anda en el carro de la basura. Corre tirando jabas y sacos desde la calle al carro y se ríe y me llama con toda la confianza y naturalidad del mundo. Soy amiga de un basurero, he pensado hoy y lo he recordado mucho mientras camino las interminables calles de Ciudad Habana y encuentro bultos y bultos de basura.
Es cierto que mi amigo pudo ser otra cosa en la vida. Eso no era lo que le tocaba, según sus capacidades, pero alguien también tiene que recoger la basura, tanta basura regada por todas partes en esta tierra tan hermosa.