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Por H. Kutusov ()
Moscú.- Parece el cadáver de una ballena metálica, una reliquia de cuando los soviéticos jugaban a ser Dios con turbinas y misiles. El Lun, ese engendro de 380 toneladas que los pescadores del Caspio bautizaron como «el Monstruo», lleva años varado en una playa de Daguestán como si fuera un chiste mal contado de la Guerra Fría.
Lo increíble no es que exista, sino que alguna vez voló -o casi- rozando las olas a 550 km/h con seis misiles en la espalda y ocho motores a reacción que debían sonar como el apocalipsis .
En 2020, cuando lo rescataron del olvido con remolcadores y pontones, el Lun protagonizó su última misión: 14 horas de viaje para convertirse en atracción turística.
Ironías de la historia: lo que nació para hundir portaaviones capitalistas ahora posa para selfies junto a la ciudadela de Derbent, Patrimonio de la Humanidad y escenario perfecto para esta tragicomedia poscomunista . El destino final de toda tecnología militar es acabar como pieza de museo o juguete para ricos.
Los soviéticos lo llamaban ekranoplano, un híbrido entre barco y avión que volaba a cinco metros del agua gracias al «efecto suelo». La Organización Marítima Internacional -esa gente que clasifica cosas- insistía en que era un barco. Pero qué barco tiene alas, acelera como un caza y esquiva radares como un fantasma . El Lun era el sueño húmedo de cualquier almirante: un crucero supersónico capaz de soltar misiles Moskit y desaparecer antes de que el enemigo parpadeara.
Claro que tenía sus detalles. Necesitaba aguas tranquilas (con olas de más de 2,5 metros, el experimento se convertía en submarino). Y cuando la URSS se derrumbó, el programa se canceló dejando un Lun operativo y otro a medio construir, el Spasatel, que iba a ser hospital flotante pero acabó como chatarra en un astillero . Así es el socialismo real: primero te prometen el futuro y al final te dejan varado en Daguestán.
Hoy el Lun es la estrella del futuro Patriot Park, un parque temático bélico donde los rusos van a llorar sus glorias pasadas entre perritos calientes y camisetas de Stalin. Mientras, en Singapur, la empresa Wigetworks desarrolla el AirFish 8, un ekranoplano civil que parece sacado de Los Supersónicos . El capitalismo siempre termina reciclando las ideas locas del comunismo y vendiéndolas como innovación.
Lo más triste es ver cómo el Caspio, ese mar que los soviéticos usaron como laboratorio de monstruosidades ingenieriles, ahora es escenario de cruceros para turistas y fotos del Lun comiendo arena. La historia se repite: primero como tragedia, luego como parque de atracciones .
Y sin embargo… hay algo poético en este dinosaurio de la Guerra Fría convertido en monumento. El Lun es el símbolo perfecto de Rusia: enorme, desgarbado, incapaz de decidir si es avión o barco, tan impresionante como inútil. Como dijo un ingeniero: «Era tan rápido que no sabíamos para qué usarlo». Quizá por eso sobrevivió: porque incluso en su fracaso, era demasiado hermoso para destruirlo .
Ahora duerme en la playa, esperando que algún niño ruso lo mire y sueñe con volar. O con huir. Da igual. Los monstruos, al final, siempre acaban domesticados.