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EL MODELO DE PODER DE LA EXCLUSIÓN Y EL SUBDESARROLLO POLÍTICO EN CUBA

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Por René Fidel González García (CubaXCuba)

El modelo de poder instaurado y gestionado en Cuba está destruyendo, en su decadencia y en la tremenda complejidad de sus contradicciones, a un modelo de sociedad, a sus concreciones y éxitos más notables.

Lo que es peor, en ese curso de acontecimientos, decisiones y procesos, está degradando las posibilidades de desarrollo de un modelo civilizatorio del que se volvió obstáculo, límite y factor de crisis.

Dicho modelo de poder está agotado. No significa desde hace mucho tiempo evolución, menos revolución.

Políticamente no tiene otro fin que el de la conservación del poder para una élite, o más precisamente, el de su monopolio, a través de la infame exclusión política de los ciudadanos, una cualidad que ahora extiende a lo socio-económico.

Afirmar esto no ignora los condicionamientos históricos, geopolíticos, globales, psicosociales e incluso personales ―del liderazgo― que estuvieron presentes en su lenta conformación e instauración, y en sus readecuaciones.

Tampoco obvia la capacidad que tuvo para desarrollar un Estado poderoso, crear consensos, movilizar en torno a ellos a los ciudadanos cubanos y producir uno de los procesos de transformación e inclusión social más extraordinarios de su tiempo.

Esto no quiere decir tampoco que no sea capaz de cumplir, incluso con eficiencia, muchas de las funciones de defensa del poder y de promotor de la exclusión y represión política de los ciudadanos.

Se refiere a que el modelo ha llegado a un punto en que resulta incapaz de avanzar a un nivel de complejidad que le permita disipar las contradicciones que genera con su propio funcionamiento.

El subdesarrollo político

Durante un tiempo, frente a desafíos que para otros proyectos de cambio político y social de la época resultaron abrumadores, el modelo de gestión de poder que transversalizó el funcionamiento del Gobierno, el Estado y la sociedad cubana, fue clave para su sobrevivencia.

Sin embargo, cuando ese propósito fue conseguido y se alcanzó una situación de estabilidad y convivencia con las amenazas que enfrentaba, el modelo se impuso entonces como una arquitectura para el subdesarrollo político de la sociedad insular.

Para muchos será fácil situar a 1959 como coordenada de consagración de ese momento.

No obstante, si por un lado es imposible omitir el hecho de que la insurrección que triunfó en las postrimerías de 1958 gestionó como suyas diversas ideas políticas, sociales y económicas muy avanzadas que remitían estrictamente a la necesidad de superar cualquier modelo de poder que no fuera democrático, como condición para sacar al país de la condición de subdesarrollado; por el otro, resulta absurdo descartar que el proceso revolucionario logró ―casi de inmediato y por tiempo prolongado― la movilización y participación de mayorías antes excluidas de los cauces de la política.

Es difícil identificar cuándo fue que el subdesarrollo político se concretó en Cuba como resultado de la incapacidad de cambio de tal modelo.

Sería engañoso tomar, por ejemplo, momentos como la Ofensiva Revolucionaria de 1968 o el fracaso de la zafra de los 70.

Ocurre que si bien ambos fueron particularmente importantes por la devastadora matriz de represión a la libertad de pensamiento, iniciativa y autodeterminación personal.

Pudieron expandirse más allá de los sectores de cultura y educación a contextos de desarrollo claves de los cubanos, como el laboral, el empresarial o el de las relaciones sociales y personales, entre otras razones, porque el modelo de poder estaba ya en pleno proceso de gestación de un nuevo sistema político e institucional.

Los homosexuales

Tampoco hechos más puntuales, como la reforma constitucional de 1992 y la desactivación formal que en ella se produjo de exclusiones políticas específicas que negaban o cuestionaban a homosexuales y creyentes la posibilidad de pertenecer al Partido Comunista y acceder a puestos y distintas funciones públicas.

Ninguno de ellos son indicadores confiables de las paradas, pausas o aceleramientos de ese proceso.

Aunque en cuanto a ese último ejemplo, cabe precisar que tales exclusiones persistieron en la judicatura, las FAR, el Ministerio del Interior y la Fiscalía cubana ―a través de ambiguos requisitos que dificultaban el acceso de homosexuales y miembros de algunas denominaciones religiosas.

Lo más objetivo es asumir que el tránsito de la sociedad cubana, sus instituciones y el propio pensamiento político ―y socioeconómico― a un estadio de subdesarrollo político, fue resultado de un proceso amplísimo y multidimensional que, gradualmente, generó condiciones y trasegó déficits políticos de distinto tipo a lo largo de más de seis décadas.

Estos se produjeron por diferentes razones que pueden resumirse en:

a) un diseño político que validó actitudes, valores y un pensamiento político hostiles a la pluralidad de ideas y prácticas inherente a la vida política en sus diferentes formas y contextos de desarrollo;

b) existencia de patrones de intolerancia, exclusión y persecución política que definieron, dentro de las estructuras políticas y sociales, dinámicas en detrimento de la participación, la crítica, la deliberación y el acuerdo; mientras entronizaban a través de acciones típicamente afirmativas, simbólicas o propagandísticas, la existencia de límites políticos y los costos por traspasarlos; así como actitudes de obediencia, simulación, conformismo e indiferencia hacia la vida pública y la realización de acciones autónomas políticamente relevantes;

c) la incapacidad inherente al modelo de gestión del poder para garantizar efectivamente, en los distintos sistemas políticos que ensayó, las demandas de democratización, derechos y libertades; también la referida a la modernización, coherencia y complementariedad institucional y administrativa con la felicidad y plenitud de los ciudadanos, que se postularon en los sucesivos procesos de cambio social y político que experimentó la sociedad cubana.

El subdesarrollo político fue resultado complejo y de formas perversas del entrecruzamiento de un conjunto de disposiciones y estructuras que sistematizaron y jerarquizaron el control, la obediencia y las prácticas inherentes a la condición política subalterna en la sociedad cubana.

Esto disolvió, secuestró y empobreció, el sentido político de la participación de los ciudadanos, sus paradigmas e ideales.

Subdesarrollo como degradación de la cultura política

Poco a poco, los procesos inherentes a la política ―deliberación, juicio, negociación, acuerdo y compromiso con el resultado―, y al propio funcionamiento y desarrollo del amplio sistema institucional cubano, resultaron constreñidos a las exigencias de ritualización que el ejercicio, y la decadencia, del modelo de poder impusieron.

Si para Edmundo Desnoes ―en su célebre novela―, el subdesarrollo era la ausencia de experiencia, el subdesarrollo político en Cuba fue, también, el resultado de la degradación de la cultura política específica que había sido capaz de crear el modelo de poder vigente.

Este clamaba por las posibilidades de trasmitir a través de ella ―más que la experiencia del miedo―, el carácter aleatorio y lo fundamentalmente impune del funcionamiento de los patrones de intolerancia, exclusión y persecución política que producía, y su capacidad para descarrillar y paralizar los proyectos de vida de los ciudadanos a lo largo de varias generaciones, como parte del ciclo de su propia reproducción y éxito.

Probablemente un estudio evolutivo de algunas de las dinámicas de la estructura política partidista cubana, arroje una arista muy interesante de cómo se manifestó el subdesarrollo político a su interior, a medida que sus funciones políticas fueron cediendo espacio, hasta la actualidad, a funciones típicas del ejercicio, mantenimiento y conservación del poder.

Cuando hace pocos años un investigador cubano hacía notar la existencia de un partido arriba y uno abajo, lo hacía como señalamiento a las diferencias que apreciaba en el funcionamiento ―y las formas de analizar y percibir la realidad― entre las estructuras superiores y las de base de la única organización política de existencia legal en Cuba.

La falta de liderazgos

Las bases, a pesar de la honestidad y compromiso de miles de militantes, experimentaban la decadencia del liderazgo que disfrutaron durante mucho tiempo en las relaciones sociales, y veían convertirse sus reuniones en zonas de catarsis y vertimiento de críticas certeras y veces implacables, pero sin capacidad de incidir en las decisiones y procesos que los acorralaban a ellos junto al resto de la población.

Mientras, las estructuras superiores no solo operaban como funcionales ― aunque cada vez más invisibles― poleas trasmisoras del poder, sino que iban perdiendo significativamente la experiencia de hacer política fuera de los mediocres y seguros marcos de su ritualización y anquilosamiento.

Algo similar acabó ocurriendo dentro de las estructuras gubernamentales y estatales, aunque adquiriendo, si se quiere, ribetes dramáticos, al estar en la práctica los funcionarios cubanos, administrando las consecuencias de lo que parece ser un curso, no declarado pero definitivo, de abandono del antiguo paradigma de garantía material de derechos socioeconómicos y culturales que tuvo el Estado cubano.

El propio sistema de cuadros del Estado reflejaba tal empobrecimiento.

Desde su surgimiento hasta el 2018, momento que alcanzó su máximo rendimiento, fue un eficiente subsistema del poder en Cuba que, lentamente, a través de los parámetros de selección, superación, evaluación y renovación que implementó, promovió distintos tipos de valores, actitudes y expectativas de roles, pero también experiencias, en sucesivas generaciones de funcionarios.

La pérdida de los valores para ascender

Durante un tiempo considerable, la autoestima, autodeterminación y actuación en base a principios e ideas personales de compromiso y sacrificio, había sido el eje de actuación de cientos de hombres y mujeres que ocuparon diversos cargos y responsabilidades.

No obstante, esto fue cambiando a medida que las actividades de dirección o liderazgo ―en el mundo político, gubernamental o empresarial― se constituían en excepcionales rutas de movilidad social, garantizaban el acceso a distintos tipos de estatus, bienes, servicios, y amplias facultades discrecionales, o permitían forjar intrincados sistemas de alianzas e intereses entre sus actores.

Dejaron de ser seleccionadas, fueron detenidas en su ascenso o finalmente purgadas dentro de las estructuras políticas, gubernamentales o empresariales, aquellas personas capaces de hacer ejercicios de crítica más allá de los límites asignados o asumidos como correctos; de contradecir la opinión de sus superiores, cuestionando fundadamente decisiones y directrices; de comprometerse con criterios de equidad, justicia, transparencia y legalidad cuando estos se hacían molestos y prescindibles a autoridades y dirigentes; o que eran indoblegables y disruptivas a prácticas que implicaban y enaltecían el resultado de las cuestiones planteadas.

Los Édison Velázquez, por decirlo metafóricamente, que discutían en Cuba a inicios de los sesenta sobre cuestiones de interés público, asumiendo los riesgos que ello podría entrañar para su carrera y vida personal, fueron «molidos» y sistemáticamente eliminados durante décadas.

Llegaron a ser sustituidos casi por completo por un dócil, simulador y consecuentemente oportunista rebaño de corderos ―o de lobos, según se mire― dispuestos a sobrevivir y defender su estatus, ventajas e intereses al precio que fuera necesario, mientras cumplían sus funciones.

Las empresas, como el partido

Esto, que tardó décadas en llegar a ser un mérito de las políticas y criterios de evaluación del sistema de selección de cuadros y de prácticas altamente legitimadas en las estructuras políticas, gubernamentales y estatales, también dentro del ecosistema empresarial; sería mucho más rápidamente codificado culturalmente, tanto por aspirantes y cuadros bisoños y en sentido general por la sociedad.

Algunos de sus mantras ―y meteóricos ascensos y caídas― intentaban aleccionar sobre las características convenientes para no ser descalificados por criterios subjetivos y cambiantes de confiabilidad e incondicionalidad, e incluso, alertaban de cómo actuar siempre en beneficio del mayor poder, cuando se acababa involucrado en un conflicto para el poder o entre poderes.

Se afianzó como parte de ello el dogma de, en caso de resultar degradado o sancionado, desaparecer sin llamar la atención y no intentar procesos jurídicos de defensa o amparo que intentasen batallar o apelar tales decisiones.

El modelo de poder

Por otro lado, características del modelo de poder como: a) alta concentración de poder en personas y estructuras jerárquicas, inherente al monopolio; b) disfrute por parte de sus operadores de amplias y secretas facultades discrecionales; y c) ausencia de transparencia y rendición de cuentas en relación a la toma de decisiones y sus resultados; fueron capaces de producir y privatizar con excelencia el resultado más acabado de la corrupción política: la impunidad.

Además, en sucesivos escenarios de crisis económica, empobrecimiento e incertidumbre sobre el futuro, demostraron proporcionar las condiciones ideales para socializar y hacer endémica la corrupción en su forma básica.

No me interesa referirme aquí a cómo se expandió y generalizó la corrupción, a sus formas de reproducción y los mecanismos culturales que respaldaron su progresión en la sociedad, las instituciones y distintos tipos de organizaciones o sus alcances.

Un modelo de poder cuyo propósito esencial sea monopolizar el poder es siempre, fundamentalmente, un modelo de corrupción.

En realidad, me parece mucho más importante señalar el círculo vicioso existente entre la corrupción y el subdesarrollo político, la interdependencia de ambos en Cuba y su probada efectividad para ralentizar, aplazar y finalmente eliminar la eficacia de procesos de cambios políticos y sociales, impedir la modernización y perfeccionamiento de las instituciones y detener el proceso de democratización.

Este artículo es un ejercicio de derechos y libertades reconocidos por la Constitución de la República de Cuba.

  • Imagen principal: Sasha Durán / CXC.

René Fidel González García es profesor y ensayista santiaguero. Doctor en Ciencias Jurídicas.

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