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Por Anette Espinosa ()
La Habana.- En el Consejo de Ministros de Cuba, o el Gabinete de ministros, como se nos ocurra llamarlo, tienen que haber tantos hp como comemierdas, así literalmente, como si hiciera falta que ambas cosas proliferaran a la vez, para lograr esa mezcla perfecta entre represores y anormales que tanto le gustó siempre a Fidel Castro, y que prefieren los de la continuidad.
Si alguien pensó alguna vez que el exministro de la Industria Alimentaria, Manuel Santiago Sobrino, aquel al que se le salía la grasa de cerdo por el bigote y le caía en la guayabera, era medio anormal, no tiene ni ideas de lo que en realidad es un guanajo, o un manipulador, porque su sustituto lo dejó en pañales.
Aquel era un tipo despreciable, tenía una imagen deplorable, como la de alguien que nunca se cepilló los dientes, que jamás estudió buenos modales, que no sabía usar cuchillos en la mesa y que tomaba los alimentos con las manos. Además de que no se levanta hasta tanto su enorme panza no estaba a punto de reventar.
Para mí era de esos con los cuales no podías entrar a un baño, porque sus emanaciones eran insoportables, como un amigo que tuve en la escuela, al que llamaban Gustavo, del que todos se reían porque hacía ‘el dos’ con una fetidez enorme.
A aquel lo quitaron después de haberlo mandado a inmolarse muchas veces a la mesa redonda, el programa de televisión al que Randy Alonso fingía invitarlo para llenarle la barriga a la gente, la misma que terminaba apagando el televisor porque lo que el ministro decía, daba deseos de vomitar, como aquello de las tripas. ¿Lo recuerdan?
Por Sobrino, pusieron a un profesor de Santa Clara, llamado Alberto López Díaz. Un maestro malo, que no pudo estudiar otra cosa y que vio en la vida del partido comunista la posibilidad de dejar las aulas y vivir bien. Y no le ha ido mal, porque llegó a ministro, con lo que eso implica en la Cuba actual, que padece la hambruna más grande que ha vivido el continente desde que Cristóbal Colón desembarcó en él en 1492.
vER ESTE LINK: https://www.instagram.com/p/DCp0805Jvrb/
El tal Alberto López habla mejor que Manuel Santiago Sobrino. Este aún tiene el arique amarrado al pie, pero se le escucha un poco mejor, aunque su ascenso a la cúpula no es porque haya sido un tipo hábil, o un dirigente preparado, con grandes conocimientos sobre la Industria Alimentaria, o al menos de alguna rama de ella, no. Subió solo porque fue siempre incondicional de Díaz-Canel. Y eso, a veces, basta.
Pues bien, y es a donde quiero llegar, acabo de ver un vídeo reciente en lakinkalla_tv, en Instagram, de López Díaz en la Mesa Redonda. Y si lo de su antecesor daba deseos de vomitar, lo de este es peor. Mucho peor.
Entre otras cosas, dijo que «nosotros, en la Asamblea Nacional le explicamos al pueblo que, nosotros hoy, en las condiciones que está, tenemos la capacidad instalada y la fortaleza de tener el ministerio de la Industria Alimentaria con una capacidad creada por la revolución en todas las provincias».
(Fábrica de conservas de Güines, Mayabeque)
La frase es textual y hay que esmerarse mucho para hilar una más ambigua. Tal vez le puse alguna s (ese), o coloque una r (erre) en el sitio donde él enganchó una l (ele), pero eso fue lo que dijo. Mas, no se quedó ahí. El hombre siguió, un poco nervioso, es cierto, pero no se detuvo: «Nosotros tenemos industrias de producción de alimentos: estamos hablando de industria láctea, industria cárnica, estamos hablando industria de la pesca para los conformados. Estamos hablando de la industria del café… todas esas industrias están diseminadas en todo el país, y tenemos una capacidad instalada de más de un millón de toneladas para producir en el país».
Cuando escuché eso, pensé que era un montaje, porque sí, hay industrias, pero viejas, desvencijadas, rotas, sin techo algunas, sin las más mínimas condiciones higiénicas, que hace mucho tiempo no trabajan, pero él es de los que cree que un salón con una pizarra y unas sillas es un aula, y olvida lo más importante: el maestro y los alumnos.
La parte buena, claro, la dejó para el final: «¿Dónde está el fenómeno? Que no tenemos la materia prima, pero si apareciera la materia prima, empezamos a transformar».
Esto es una genialidad. No tengo dudas de que merecería ser estudiado en alguna parte, por algún analista político avezado y no por mí, que apenas soy una principiante medio neófita en estos temas. Alguien más ladino que yo, menos habituado a perdonar ciertas cosas, destrozaría a este hombre, aunque eso no puede ocurrir en Cuba, porque en la Cuba dominada por el castrismo es imposible criticar ni cuestionar a un ministro, al menos mientras ocupa el puesto, porque es casi como si hubiera sido nombrado por un ser superior que lo convirtió en infalible.
Eso sí, hay que ser muy anormal para decir algo así. Esa frase de «si apareciera la materia prima, empezamos a transformar», como si la carne, las frutas, los granos, el café o la leche, hubiera que buscarlos como buscan algunos países el petróleo, debajo de la tierra.
Y aún así, hay cubanos que aún creen en el comunismo, en el castrismo, en Fidel Castro, el hermano, o Díaz-Canel. Estamos jodidos y Alberto López Díaz es la prueba más convincente.