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Por Oscar Durán
La Habana.- La muerte de Abraham Maciques Maciques ha sido, para los jerarcas del castrismo, una pérdida lamentable. Para la Cuba de abajo, una confirmación más de que los verdaderos intocables siguen muriendo como vivieron: millonarios, inmunes y rodeados de silencio.
Miguel Díaz-Canel, el dictador designado, lo despidió en su cuenta de X con una frase que huele a eufemismo rancio: “La Revolución ha perdido a un leal soldado y eficaz empresario”. Tradúzcase: se nos fue uno de los mejores testaferros que ha tenido la elite revolucionaria para esconder fortunas, mover dólares y blindar negocios fuera del radar.
Maciques fue el mago detrás del telón. El tipo que supo llenar las cajas del régimen sin aparecer jamás en el escenario. Nadie sabe cuántos millones movió, cuántos contratos firmó, ni cuántos favores le debía medio Buró Político. Lo que sí sabemos es que, al frente de conglomerados como Palco, Cubanacán y el Palacio de Convenciones, fue el arquitecto invisible del emporio empresarial castrista.
El cinismo en la historia de este hombre es tan vasto como su imperio inmobiliario. Mientras en Cuba la gente hacía colas para comprar un cartón de huevos, Maciques supervisaba negocios con médicos, turismo VIP, importaciones discretas y hasta vacunas experimentales con delincuentes internacionales. En 1995, desaparecieron 27 millones de dólares de Cubalse. ¿Y saben qué? Nada pasó. Ni juicio, ni destitución, ni escándalo. Solo un par de cejas levantadas y un aplauso bajito en algún despacho del Comité Central.
Dicen que tenía una mansión valorada en 2 millones de dólares. Pero eso es apenas una gota en el océano de privilegios que lo rodeaba. Hay quien afirma que era el hombre que le resolvía las vacaciones a Fidel Castro y las “necesidades” comerciales a Celia Sánchez. Y aunque nadie en la prensa oficial lo dirá, todos saben que su fortuna no era fruto del sudor, sino del acomodo.
Hoy que ha muerto, no hay funeral con justicia. Solo condecoraciones y frases hipócritas. Ninguna mención a los cubanos que vieron cómo los negocios del Estado se convertían en palacios para unos pocos. Nadie preguntará por qué, con tanto dinero manejado por Maciques, Cuba sigue sin luz, sin pan, sin medicinas.
¿Se lleva secretos a la tumba? No lo duden. Pero también se lleva el símbolo de una Revolución que en nombre del pueblo, saqueó al pueblo. Un régimen que parió millonarios con discursos socialistas y dejó al resto de la isla comiéndose la retórica.
Maciques es historia. Pero su estela —la del burócrata intocable que administró la opulencia de los de arriba mientras los de abajo resistían la miseria— seguirá siendo el espejo incómodo de un sistema que se cae a pedazos.
Ahora que se ha ido, solo queda preguntarse: ¿quién será el próximo mago que gestione el botín del castrismo?