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Por Manuel Viera ()
La Habana.- El agotamiento físico con el que comienza un cubano la semana después sufrir de apagones dutante años, después de otro domingo sin electricidad, de día y de noche, es algo indescriptible.
Amaneces el lunes como si fuera viernes y hubieses estibado en el puerto toda la semana y ya, amaneciendo, solo quieres dormir. Y no se rinde así, ni en estudio ni en trabajo.
Luego recuerdas la reunión en la empresa, donde te dijeron que te van a descontar y que es obligado ir sin dormir. O rememoras la reunión de padres en la escuela donde te insistieron en que el apagón no es justificación, donde con inexplicable desenfado se dijo: «sabemos que no hay corriente de noche, sabemos que los niños lloran y no duermen, sabemos que es difícil, que vienen a dormirse en el aula pero esto no se va a resolver y tienen que venir a la escuela».
«El niño que no venga va a perder el grado», insisten.
Entonces es inevitable cuestionarse allí mismo, en tu empresa, mientras todos critican al culpable o en la puerta de la escuela, entre comentarios de padres, quejas y protestas… ¿que es lo verdaderamente importante? ¿Trabajar o aparentar?
¿Qué es más importante: que el niño aprenda o dar la imagen de que no pasa nada?