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Por Esteban Fernández Roig
Miami.- Ni idea tengo por qué me impresionó tanto escuchar varios episodios en la radio de “Raffles el ladrón de las manos de seda”, de José Ángel Buesa el genial poeta de Cruces.
La realidad era que hasta los 10 años yo era muy miedoso, en realidad no sabía a qué le temía.
Cualquier ruidito a media noche me despertaba sobresaltado, corría al cuarto de mis padres, los despertaba y les preguntaba: “¿Escucharon eso? Debe ser Raffles”…
Le decía a mi papá: “Viejo, no te duermas hasta que estés seguro que yo me dormí”…
Pero hubo una inolvidable tarde en que mi padre se cansó, se encaró conmigo y me dijo: “Estebita, ¿qué Raffles ni que Raffles? ¡Basta ya, yo no quiero un hijo pusilánime!”. Nunca había escuchado esa palabra, pero no me gustó .
Acto seguido hizo algo insólito: abrió todas las ventanas de la casa, botó para el patio la tranca que protegía la puerta de la calle y la abrió de par en par.
En mi cama a mi lado colocó mi bate de jugar a la pelota y me dijo: “De ahora en lo adelante -mañana , tarde y noche- las puertas y ventanas de esta casa no se van a cerrar jamás y pártele la cabeza a Raffles si se aparece”…
Y agregó: “Todas las noches a la hora de dormirte ruégale a Dios que entre Raffles y que haya robado antes en una mansión de gente rica y vamos a quitarle todo lo que se haya fachado”…
Me sonreí tímidamente y le dije: “Está bien, viejo, yo te aviso si llega Raffles” Y me contestó: “Tú tranquilo, te repito, sólo tienes que darle un batazo en la cocorotina y yo me ocupo de desvalijar a Raffles”…
En distancia mi madre muerta de la risa le seguía la corriente a mi padre: “¡Sí, Estebita, tu consígueme el collar de perlas de Raffles!”
Remedio santo, dejé de ser miedoso y le rogaba a cuanto santo había que llegara Raffles, y hasta me alegraba de sentir un ruido de madrugada…