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Por Datos Históricos
La Habana.- En la segunda mitad de la Edad Media, un extraño tocado comenzó a elevarse sobre las cabezas de las damas de la nobleza europea. Era el hennin, un sombrero en forma de cono o aguja, que alcanzaba entre 30 y 45 centímetros de altura, aunque en algunos casos llegaba a los 80 centímetros, desafiando no solo a la moda, sino también al equilibrio.
Nacido en Borgoña y Francia hacia 1430, el hennin pronto se extendió a Inglaterra, Hungría, Polonia y el norte de Europa. En Italia, en cambio, apenas se usó, quizá porque su elegancia extravagante chocaba con la sobriedad local.
Había dos variantes principales: los que terminaban en punta y los truncados, con una parte superior plana. Pero lo que realmente convertía al hennin en un símbolo de poder y sofisticación era el velo que lo acompañaba. Este surgía desde la cúspide y caía hasta los hombros, o incluso hasta el suelo, ondeando con cada movimiento de la dama. A veces, el velo se echaba hacia adelante, cubriendo parcialmente el rostro y envolviéndolo en un aire de misterio.
El secreto de su construcción sigue siendo, en parte, un enigma. Los testimonios hablan de estructuras ligeras, hechas de cartón endurecido o de una fina malla de alambre sobre la que se fijaba la tela. No eran objetos pesados, sino delicados monumentos de moda que convertían a la mujer que los portaba en una presencia casi etérea.
El hennin no era un accesorio cualquiera: era un estandarte de estatus. Cuanto más alto, más noble. Y en aquella Europa medieval, donde la apariencia era también un lenguaje político, estos tocados no solo adornaban, sino que proclamaban al mundo la distancia entre la aristocracia y el resto de la sociedad.