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Por Jorge Sotero ()

La Habana.- Es conmovedor, realmente conmovedor, ver cómo la maquinaria estatal se pone en marcha ante la llegada del huracán Melissa. Mientras el pueblo cubano lleva años enfrentando otro huracán categóría 5 llamado «incompetencia gubernamental», de pronto todos se alarman por uno que durará apenas horas. El Presidente en videoconferencia, los generales movilizados, las cifras precisas de evacuados… Qué eficacia tan repentina para lo pasajero, y qué incapacidad tan crónica para lo permanente.

Resulta curioso escuchar a Celso Pazos Alberdi, director del Instituto de Meteorología, explicar con lujo de detalles la trayectoria del huracán, cuando ningún cubano ha escuchado un pronóstico tan preciso sobre cuándo terminará el huracán de los apagones, cuándo tocará tierra la libra de pollo a precio accesible, o qué trayectoria seguirá el medicamento desaparecido para llegar finalmente a las farmacias. Para los fenómenos naturales, sí hay ciencia; para los desastres cotidianos, solo silencio.

El general Pardo Guerra explica con precisión militar las evacuaciones, como si el éxodo masivo de cubanos hacia el exterior no fuera el verdadero movimiento poblacional que debería preocuparle. Mientras se evacúa a 39,500 guantanameros por Melissa, más de 500,000 cubanos han sido evacuados permanentemente del país en los últimos tres años por el huracán del fracaso. Pero de eso no se habla en los consejos de defensa.

La mayoría quedó atrás

Las primeras secretarias del Partido en cada provincia enumeran sus preparativos con la solemnidad de quien descubre el fuego: los embalses al 57%, la cosecha de productos agrícolas, las visitas a lugares críticos. Uno se pregunta dónde estaba esta eficiencia burocrática cuando esos mismos lugares críticos llevan décadas críticas, cuando los embalses se secaban junto con la esperanza, cuando la cosecha más abundante ha sido la de discursos vacíos.

Roberto Morales Ojeda insiste en «ofrecer información oportuna y sistemática a la población», una frase que resulta particularmente cínica en un país donde la información más vital -¿cuánto se robó? ¿quién se enriqueció? ¿por qué no hay medicinas?- permanece oculta sistemáticamente. Para el huracán de un día, transparencia; para el huracán de sesenta y seis años, opacidad absoluta.

Y luego está la frase magistral del Presidente: «La Revolución no deja a nadie atrás». Millones de cubanos que huyen por el mundo, ancianos abandonados en hogares de enfermos, profesionales que limpian pisos en el exterior, niños desnutridos… todos ellos son la prueba viviente de que la Revolución sí deja atrás, y mucho. El huracán Melissa pasará en un día, pero el que realmente ha devastado Cuba lleva seis décadas, y sus mayores víctimas han sido la verdad y la dignidad.

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