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Por Max Astudillo ()

La Habana.- Esto no es una crisis. Llamar crisis a esto es como llamar gotera fría al huracán que te vuela el techo de una vez. Lo que pasa en Cuba tiene otro nombre, más duro, el que nadie en la tribuna de la ONU se atreve a decir pero que todos sabemos cuando miramos el plato vacío, cuando vemos a la abuela tirada en un pasillo del hospital esperando un milagro que no llega. Esto es otra cosa.

En la isla, el hambre ya no es una metáfora. Es un dato duro, un hueco en la panza, un menú de inventos con lo que haya. No hay comida, no la ven, no la dejan entrar, no la producen. Y un gobierno que controla hasta la última migaja no puede excusarse en un bloqueo para explicar por qué no hay ni para el frijol de toda la vida. Esto no es escasez. Es una estrategia. Cuando le quitas a un pueblo la capacidad de comer, lo estás aniquilando. Punto.

Cola para alimentos en Cuba

Y si el hambre no te mata, te mata la medicina que no hay. No es que no haya para el cáncer, es que no hay ni para la presión, ni para el dolor de cabeza. Los salones de operaciones son museos del fracaso, con equipos rotos y paredes cayéndose a pedazos. Ir a un hospital es firmar una sentencia. Y en las cárceles, eso sí, el menú está bien calculado: lo justo para no morir hoy, pero lo suficiente para irte desmoronando día a día. Eso tiene un nombre.

Exterminio al fin

Las calles son una ruleta rusa. Carros sin frenos, gomas lisas como la palma de la mano, calles que parecen campos de batalla. Ómnibus que se despistan, trenes que se salen de la vía… y no es mala suerte, es la evidencia de un país que se cae a pedazos porque a los que mandan no les importa si llegas vivo. Cada hueco en el asfalto es una tumba potencial. Y ellos lo saben.

Mientras, la familia Castro y su corte de generales y burócratas viven en otro planeta. No comen pollo de contrabando, no viajan en carros destartalados, no esperan meses por una medicina. Ellos tienen de todo, importado, de lujo, en mansiones que el pueblo ni imagina. Su bienestar está construido sobre la miseria ordenada de diez millones de personas. Eso no es socialismo, ni comunismo, ni ninguna de esas palabras bonitas. Eso es crimen.

La falta de esperanzas corroe a los cubanos

Al final, la cuenta es simple: cuando un gobierno tiene el control total de la comida, la medicina, el transporte y la seguridad, y deliberadamente deja que todo se derrumbe, que la gente pase hambre, que se muera por falta de recursos… no hay otra palabra.

Es genocidio. Lento, silencioso, sin pistola humeante, pero genocidio al fin. Y los muertos, que ya son demasiados, no necesitan que la Corte Penal Internacional les dé la razón. La tienen desde que cerraron los ojos para siempre en una sala de espera sin esperanza.

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