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Por Eglys Pereira
Guantánamo.- En un país donde los logros son escasos y los retrocesos se maquillan como avances, Guantánamo acaba de anunciar con bombos y platillos el regreso de su “ferrobus”. Sí, un transporte improvisado a partir de una guagua Diana adaptada sobre rieles, convertido ahora en símbolo de “modernización”.
Y mientras los funcionarios se dan palmaditas en la espalda, la realidad del cubano de a pie sigue igual. Resuelven como pueden, viajando como sardinas y con un país que se aferra a soluciones de museo.
Pedro Durruty Martínez, director adjunto de Ferrocarriles en la provincia, ofreció detalles del nuevo itinerario: seis paradas, 10 pesos el viaje, cuatro salidas al día y capacidad para 40 pasajeros por viaje. Todo muy ordenado… sobre el papel. Porque basta con mirar de cerca para entender que esto no es un avance. Es una muestra más del nivel de deterioro del sistema de transporte público en Cuba.
¿Y qué celebran exactamente? Que una Diana —sí, de esas guaguas que ya son chatarra rodante— fue convertida en ferrobús gracias a meses de “intensa labor” en un taller. Usaron piezas soviéticas recicladas y había escasez de oxígeno y acetileno. La épica del atraso, en versión ferroviaria.
Dicen que pronto llegará hasta la parte sur de la ciudad, cuando se consiga un viradero, un problema mayor porque, ¡sorpresa!, en Cuba no hay materiales. Ni oxígeno. Ni acetileno. Ni vergüenza en seguir vendiendo estas noticias como si estuviéramos en el siglo XXI.
Aquí no se trata de restarle mérito al esfuerzo técnico de los trabajadores del taller. Ellos hacen milagros con lo poco que tienen. No obstante, cuando una guagua sobre rieles se convierte en “solución innovadora”, lo que queda claro es que el país se está moviendo… pero en reversa.
Los mismos que lanzan consignas de soberanía tecnológica y progreso socialista son los que ahora aplauden un ferrobus que debería estar en un museo ferroviario. Mientras tanto, los guantanameros —como el resto del país— siguen esperando un transporte digno. Con rutas estables, vehículos modernos y un sistema que no dependa del reciclaje soviético ni de la heroicidad diaria del mecánico de turno.
Ferrobus no es futuro. Es testimonio del fracaso. Y lo que debería dar es vergüenza, no orgullo.