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Por Ulises Toirac ()
La Habana.- Es común el pensamiento acerca del éxito: «Ese tipo la partió» o su negativo: «Yo no tengo suerte». Siempre he sido del pensamiento de que «la suerte no existe sino como culminación de una sucesión de fracasos emprendidos con resiliencia y talento».
Les cuento algo: #JuraDecirLaVerdad comenzó (y durante varios meses estuvo) destinado a fracasar.
Los índices de teleaudiencia eran bajísimos a pesar del elenco, el horario, los guiones, el antecedente.
No voy a disertar sobre cómo resolvimos específicamente ese rolletín. A mí personalmente me enferma recordar que en general la audiencia era nefasta y sobre todo el segmento de más de 60 años.
Esos eran los que que tenían referencias de «La Tremenda Corte» y su opinión era malísima.
Benjamín Franklin acuñó la frase «No fallé la prueba. Descubrí 100 maneras de hacerlo mal».
Y es de común entre la gente que sabe, aquello de «se aprende más de un error que de mil éxitos».
Ojo: no es repetir y repetir y repetir… Invariablemente, aplicando la misma fórmula y esperando que la Providencia le dé la patá a la lata (que es lo que se hace con la economía en Cuba).
Hay, además de la perseverancia, un par de ingredientes que se necesitan:
Uno es humildad. Sin ella te es imposible reconocer que te equivocas y ello conduce al fracaso.
Dos: objetividad. Es quizás la más difícil porque generalmente el proyecto al que le metes tanta obsesión, te apasiona, y tener la objetividad necesaria para interpretar elementos fallidos, es complicado.
Hay que tener verocos para mirar a un hijo con criterio demoledor. «Esto es una mierda, aquello no sirve, lo otro que a mí me gusta tanto, no le gusta a nadie más»….
Y hay una tercera que viene con lo que llaman talento (sin el cual te puedes partir el culo mil veces con toda la humildad y objetividad del mundo, que no vas a dar pie con bola más nunca).
El talento es necesario no solamente para que ese proyecto sea algo sobresaliente o por lo menos, brillante.
El talento también reside en empatar conocimientos, opiniones ajenas, observaciones que aparentemente no están conectadas.
No mires la parte que funciona. Si no camina como debe, aquello de «no importa que sea ñato, lo importante es que respire», no te va a conducir a la solución.
Está el éxito pasajero y superficial. No hablo de ese, hablo del duradero. Tanto para los demás como para ti mismo.
(Nota final: fui un cabronsón, tuve la ayuda de un seremillar de gente y toqué las puertas que hacía falta: un poco más de medio año después de arrancar, el segmento que mejor valoraba el programa eran los de más de 60 años… y los menores de edad).