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El enigma Xi Jinping: ¿qué hay detrás de su reciente desaparición pública?

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Por Albert Fonse ()

Durante casi dos semanas, el líder del gigante asiático desapareció por completo del escenario público. Desde el 20 de mayo hasta el 4 de junio, no se le vio en actos oficiales, no pronunció discursos, ni apareció en los medios controlados por el régimen. En un país donde la figura del jefe máximo es omnipresente y su imagen cuidadosamente orquestada, ese silencio no fue casualidad, y mucho menos pasó desapercibido.

La última vez que se le vio fue en una visita a Henan. Después, el vacío. Durante esos días comenzaron a circular rumores: tensiones internas, purgas silenciosas, movimientos inusuales en el Ejército, incluso especulaciones sobre su salud. Aunque no hubo confirmaciones, tampoco hubo desmentidos. Esa ambigüedad no es inocente, sino parte de una estrategia que caracteriza a las dictaduras: cuando no se dice nada, todo se interpreta, y esa incertidumbre es una forma más de control.

La desaparición ocurrió en un contexto económico difícil para China. El índice de manufactura cayó a niveles alarmantes, la inversión extranjera se enfría, y la población, golpeada por años de restricciones, empieza a mostrar signos de malestar. El silencio del líder no hizo más que amplificar esa sensación de inestabilidad que el régimen tanto teme.

El ruidoso silencio de los dictadores

El 4 de junio, reapareció en Pekín recibiendo al presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko. La imagen fue cuidadosamente elegida: dos aliados autoritarios dándose la mano, como si nada hubiera pasado. Pero sí pasó. Porque en las autocracias, el poder se demuestra a través de la presencia constante. Cuando el rostro del líder desaparece, aunque sea por unos días, el sistema entero tiembla.

No se ofreció ninguna explicación. Ningún portavoz se molestó en justificar la ausencia. Esa actitud, más que proyectar seguridad, dejó al descubierto las grietas de un régimen que depende demasiado de una sola figura. Un sistema que presume de estabilidad, pero que tambalea con el simple hecho de que su líder deje de aparecer.

Xi regresó, pero no intacto. Su ausencia abrió preguntas que no han sido respondidas. Aunque vuelva a mostrarse con frecuencia, aunque el aparato propagandístico intente borrar esos días de incertidumbre, el mensaje ya se instaló: incluso el más controlado de los líderes no puede desaparecer sin consecuencias. En una dictadura, el silencio es más ruidoso que cualquier discurso.

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