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El dominó está listo y comenzará a caer pronto

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Por Joaquín Santander ()

La Habana.- El pronóstico de Álvaro Uribe, ese que suelta sin anestesia —“Cuando caiga Maduro, detrás van Cuba y Nicaragua”—, no es solo una frase. Es la radiografía de un paciente terminal. Se huele en el aire, como el cambio de tiempo en l estrecho de la Florida antes de la tormenta. Es esa certeza incómoda que todos ven pero de la que pocos hablan en voz alta, la que se comenta en los bares bajando la voz, entre el humo y el primer café de la mañana. (En los países con bares, desayunos y cafés)

Es la lectura cruda de quien ha visto desfilar a demasiados hombres fuertes y sabe que su fortaleza casi siempre es un espejismo, una fachada que se cae con la primera grieta seria. Y la grieta en Venezuela ya no es una amenaza, es un hecho. Es un país que se deshace entre las manos de un poder que ya no puede ocultar su derrota contra la realidad.

Venezuela fue durante demasiado tiempo el pulmón financiero de esta familia disfuncional. El que pagaba las facturas, el que mantenía la ficción de una revolución exportable. Sin ese oxígeno, el cerebro político de La Habana y la copia al carbón de Managua empiezan a sufrir una asfixia lenta e imparable.

En Cuba, el régimen ya no puede esconder su bancarrota moral y económica. La gente se fue en cantidades récord -y se sigue yendo-, y los que se quedan lo hacen no por fe, sino por pura inercia o miedo. La represión tras el 11J dejó claro que al poder solo le queda el músculo, que es el recurso de los que han agotado las ideas y los discursos. Es el final de un ciclo que empezó con épica y termina con una policía persiguiendo a cualquiera que se atreva a gritar “libertad” en una plaza.

Las sillas del poder empiezan a sentir el hedor

Mientras, en Nicaragua, Daniel Ortega y Rosario Murillo han construido su reino de terror doméstico con el manual prestado. Han dado lo que un informe de la ONU no duda en llamar el “golpe final” al Estado de derecho, transformando el país en una maquinaria unificada de represión donde ya no quedan instituciones, solo el eco de sus órdenes. Se apoyan en un sector duro y represivo que se está quedando solo, sostenido por las armas del poder militar y policial. Pero es un punto fuerte que, a la vez, es su talón de Aquiles: un poder que solo se comunica a balazos es un poder que ya no convence ni a los suyos.

La gente, más del 70% de la población, los rechaza en un silencio que es más elocuente que cualquier grito.

La caída de Maduro no sería, por tanto, un evento aislado. Sería la caída de la primra ficha del dominó, la que rompería la inercia, la que al caer arrastra a las demás piezas en una secuencia imposible de detener. Sería la confirmación de que el tiempo de estos regímenes no es circular, sino finito. Que la historia, a veces, sí avanza.

La comunidad internacional, que durante años ha mirado con una mezcla de complicidad y resignación, ahora observa con los ojos bien abiertos. La justicia internacional ya no es una amenaza abstracta; la Corte Penal Internacional investiga a Maduro, y los informes de la ONU detallan sus crímenes con nombres y apellidos. El cerco se estrecha y las sillas en la fiesta del poder empiezan a estar vacías.

La victoria ha demorado, pero valdrá la pena

Todo parece indicar que el castillo, efectivamente, ha empezado a desmoronarse. La pieza más pesada —Venezuela— cruje bajo una presión militar, económica y diplomática que no conoce precedentes en las últimas dos décadas.

Y cuando el castillo se venga abajo, La Habana y Managua no van a tener dónde esconderse. Se quedarán al descubierto, sin el escudo del petróleo venezolano, sin el cuento de la revolución continental, sin más justificación que la fuerza bruta, que es la peor de todas porque es la última.

Será el momento de la verdad, el instante en el que se vea que el rey, la reina y la princesa de esta baraja maldita estaban desnudos desde hace mucho, mucho tiempo.

En buen guajiro… a la hora de coger al venado, le entran ganas de cagar al perro. La cacería ha terminado. El animal acorralado a veces se revuelve, pero al final siempre cae. La pregunta ya no es si va a pasar, sino cuándo. Y el cuándo tiene, para los que han sufrido este eje autoritario, el sabor amargo de una victoria que se hizo esperar demasiado.

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