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EL DOCTOR LAGO

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Por Manuel Viera ()

La Habana.- De niño fui judoca. Practiqué judo de forma muy seria desde los nueve años y lo hice casi hasta los 30.

A los 14 años, ya en noveno grado, había tenido muy buenos resultados y nos otorgaban una licencia deportiva para no ir a la escuela al campo y entrenar en doble sesión para el torneo provincial.

¡Era muy duro aquello! Con total seguridad era más duro que ir con mis compañeros a recolectar hojas de tabaco en Pinar del Río. Ese año me lesioné en un entrenamiento.

Sentí que algo dentro de mí se había roto, mientras un compañero de equipo, de casi 90 kilos, me caía encima luego de aplicarme una técnica de piernas.

Yo pesaba apenas 48 kilos y era muy delgado. Salí corriendo del tatami y el susto me hizo correr por la pista del CD Eduardo Saborit, en Playa, mientras mi profesor Silvio García intentaba alcanzarme.

Me llevaron al pediátrico Juan Manuel Márquez, de Marianao, que, por aquel entonces, era un hospital bastante nuevo. Allí un doctor con una bata blanca hermosa en la que tenía bordado su nombre me atendió.

¡Dr. Lago! decía. Según su diagnóstico, no era nada grave, nada que no pudiese resolverse con hielo y aspirinas. Por aquel entonces había aspirinas y se podía hacer hielo.

Seis días soporté un dolor infernal. No me podía sentar, no me podía acostar, no me podía levantar solo de la cama. Me autoinmovilicé el brazo pero aún así era insoportable el dolor.

Mi mamá en un inicio pensó que era teatro, pero yo era un niño bastante fuerte que se había lesionado muchas veces y aquello no era algo normal.

Diagnóstico equivocado

Mamá era enfermera en el hospital Militar Carlos J. Finlay y utilizó su cargo y amistades para conseguir que un ortopédico de esa institución me viera siendo un menor.

Desde que le mostré al doctor la lesión y los rayos x realizados en el Juan Manuel Márquez le vi hacer un gesto burlón, luego me indicó una placa nueva.

Resultó que en la placa del pediátrico habían radiografiado el hombro y yo traía la clavícula dislocada a la altura del esternón o sea mi lesión había quedado fuera del primer rayos x realizado.

Seis días soportando aquellos dolores y ya los huesitos de aquel Manuel de 14 años comenzaban a soldar.

Así se quedaron para toda la vida, después de pasarme casi tres meses metido dentro de un yeso que me llegaba hasta el cuello.

Nunca olvidé el nombre del Dr. Lago, pero jamás le recriminamos nada ni mi madre ni yo. De hecho, nunca más le vi en mi vida.

Simplemente entendí que un doctor es un ser humano y como cualquier humano se puede equivocar, por más que se pretendan o los pretendan perfectos.

Tristemente, cuando se equivocan duele…. ¡y duele mucho! Mi clavícula sanó, medio deforme pero sanó. Luego de eso nunca más me ha dolido.

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