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Por Redacción Nacional
Nueva York.— Una vez más, el canciller cubano Bruno Rodríguez Parrilla se presentó ante la Asamblea General de la ONU con el mismo libreto de todos los años: culpar al bloqueo de Estados Unidos de las desgracias de la isla, denunciar sanciones y pedir solidaridad internacional.
Rodríguez afirmó que el embargo constituye “una violación flagrante del Derecho Internacional” y responsabilizó a Washington por las carencias en salud, alimentación y desarrollo. Habló de cifras millonarias en pérdidas y reiteró que las medidas unilaterales asfixian al pueblo cubano.
Sin embargo, lo que no dijo fue tan revelador como lo que pronunció. El canciller no reconoció las fallas internas del sistema, la corrupción, la falta de libertades ni la incapacidad del gobierno para administrar la economía. Tampoco explicó por qué, a pesar de los convenios con países aliados y las donaciones recibidas, los cubanos siguen enfrentando apagones, escasez de alimentos y hospitales sin insumos básicos.
El discurso, plagado de frases altisonantes, repitió la vieja narrativa de la víctima noble que resiste contra el imperio. Pero en la isla, esa retórica suena cada vez más hueca. Mientras Bruno declamaba en Nueva York, en Guantánamo las lluvias dejaban barrios enteros inundados sin asistencia estatal, y en Santiago de Cuba los mercados permanecían vacíos.
La escena en la ONU sirve al régimen para mantener la fachada diplomática, pero no resuelve el drama cotidiano del pueblo. Al final, Rodríguez cumplió su rol de títere obediente: defender a un gobierno que se aferra al discurso, mientras ignora las necesidades más elementales de su gente.