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El diluvio que no preocupa a la dictadura

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Por Yeison Derulo

Santiago de Cuba.- El oriente cubano amaneció hoy bajo un diluvio. Una onda tropical ha descargado toneladas de agua sobre las provincias de Guantánamo, Santiago de Cuba, Holguín, Granma y Las Tunas, con acumulados que superan los 280 milímetros en algunas localidades.

En Hatibonico y Gran Tierra, la lluvia ha sido tan intensa que los suelos cedieron en Yateras y provocaron deslizamientos de tierra, árboles desplomados y carreteras bloqueadas. En Caimanera, las calles se transformaron en ríos improvisados.

El Instituto de Meteorología, desde la comodidad de su oficina en La Habana, lanzó su habitual comunicado burocrático: “mantenerse alerta”. Nada más. Ningún plan de evacuación masiva, ninguna estrategia visible para las comunidades montañosas que ahora mismo están incomunicadas.

En un país serio, con un gobierno serio, los radares de riesgo estarían encendidos desde la semana pasada, las autoridades desplegadas en los territorios más vulnerables y los albergues listos para recibir familias enteras. Pero en Cuba la prioridad es otra: los discursos, la propaganda, los viajes oficiales, mientras el pueblo oriental lidia solo contra la furia del agua.

Lo peor es la indiferencia

El régimen no declara emergencia, no envía refuerzos extraordinarios, no reconoce públicamente la magnitud del fenómeno. Como si los milímetros de lluvia en Guantánamo fueran apenas una llovizna. El abandono es tan descarado que hasta los partes meteorológicos parecen más un trámite administrativo que un llamado a salvar vidas.

El colmo del descaro es el texto de Miguel Díaz-Canel en las redes: «Hemos estado en comunicación con los primeros secretarios de las provincias orientales, afectadas por intensas lluvias. Se han dado todas las indicaciones y se ha trabajado en la protección de la población y los recursos materiales. Pido a nuestro pueblo prudencia y disciplina».

Imagínese por un momento que la lluvia arrasó con su casa y alguien le viene a decir que el presidente está pidiendo prudencia y disciplina. La verdad no quiero estar en el pellejo de una persona afectada en estos momentos.

Las consecuencias son obvias: casas inundadas, cultivos perdidos, caminos cortados, comunidades aisladas y una población que sobrevive sin respuestas estatales. Una dictadura que presume de ser la “más humanista del mundo” se muestra incapaz de preparar drenajes, reforzar laderas o siquiera comunicar a su pueblo un plan mínimo de protección.

El oriente se hunde bajo el agua, mientras el gobierno nada en su propia indiferencia. Esa es la tormenta real: la del abandono. Incluso,

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