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El día en que un profesor humilde cambió la historia de la comunicación

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Una mañana de octubre de 1909, el profesor Carl Ferdinand Braun entró en su aula de la Universidad de Estrasburgo sin saber que el mundo ya lo consideraba una leyenda.

Sus alumnos lo recibieron con un sonido inusual: un golpe rítmico de pies contra el suelo. Era la forma tradicional alemana de celebrar un acontecimiento importante, pero el estruendo era tan fuerte que su esposa, preocupada, envió a la enfermera Babette a ver qué ocurría.

Poco después, ella regresó sonriente: “No pasa nada, señora Braun. Solo están aplaudiendo a su marido”.

Fiel a su carácter tranquilo, Braun se sentó, esperó a que el ruido cesara y comenzó su lección como si nada hubiera pasado. No preguntó, no comentó. Solo enseñó.

Al día siguiente, el homenaje se repitió. Y un estudiante, al verlo pasear con su perro Leo, le pidió una fotografía. El profesor accedió, algo incómodo, y siguió su camino.

Fue recién al tercer día cuando Braun habló: “Les agradezco todas estas manifestaciones. Evidentemente, se deben a las noticias provenientes de Estocolmo, que aún no me habían sido comunicadas oficialmente. Ahora sí, y ya no puedo negarlo.”

Aquel anuncio confirmaba que Carl Ferdinand Braun había ganado el Premio Nobel de Física, junto a Guglielmo Marconi, por su contribución al desarrollo de la telegrafía inalámbrica —la base de la radio moderna.

El hombre que transformó la comunicación mundial siguió siendo el mismo profesor humilde que prefería hablar de ciencia antes que de fama.

Porque los verdaderos genios no buscan reconocimiento: lo encuentran en el eco de sus ideas. (Toamdo de Datos Históricos)

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