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Por Fernando Clavero ()
La Habana.- Parece que fue ayer cuando Cuba era esa fábrica de medallas que desafiaba a los gigantes con pura garra y talento crudo. Hoy, el deporte cubano parece un equipo de béisbo perdiendo por 10 carreras en la novena entrada: sin bateadores a la vista y con la grada vacía.
La debacle es total, amigos. Ya no es solo que no lleguen los metales, es que ni siquiera llegan los atletas al avión de regreso. El talento se fugó por la puerta trasera de los hoteles en competiciones internacionales, y lo único que crece en el INDER es la lista de desaparecidos. Y la maleza en las instalaciones.
La fuga de talentos ya no es una anécdota, es un plan de estudios. Seis deportistas en un solo torneo, los Juegos Panamericanos Júnior de Asunción 2025. Seis. Entre ellos, una joven promesa del lanzamiento de bala, Emanuel Ramírez, que prefirió el anonimato de la fuga al glorioso sexto lugar en el medallero.
¿La razón? Es más fácil encontrar leche en polvo en un mercado de Miami que oportunidades reales en la isla. Los atletas, esos que el Estado moldea desde niños con la promesa de gloria, descubren que la única victoria posible es la que se juega lejos de las consignas y la planificación central.
Y claro, detrás de cada atleta que huye, hay un entrenador que ya se fue antes o que está mirando mapas. La fuga es una epidemia que no perdona: si los discípulos se van, los maestros ¿para qué se quedan? ¿A entrenar fantasmas? El sistema de formación, antaño el orgullo de la revolución, se resquebraja por la misma grieta por la que se escapa la luz durante los apagones: la de un país que ya no puede retener ni lo que más presume.
Porque al final, todo se reduce a la economía, esa asignatura pendiente que se lleva puesta por delante hasta el más fiero de los lanzadores. ¿De qué sirve entrenar 8 horas al día si al salir del gimnasio no hay qué comer, la luz se va por 12 horas seguidas y el salario no alcanza ni para unas zapatillas?
La crisis energética paraliza hasta los centros de alto rendimiento, y la inflación, que llegó a rozar el 80%, no perdona ni a los campeones olímpicos. El deporte de alto rendimiento es un lujo que una economía en estado de coma no se puede permitir.
Mientras, las autoridades, fieles a su guion, se limitan a omitir. Omisión sobre las fugas, omisión sobre la crisis, omisión sobre el hecho evidente de que el modelo se les cayó de las manos como una pesa mal agarrada. El mismo sistema centralizado que los llevó a lo más alto, rígido y anquilosado, es ahora su propia tumba. En un mundo del deporte globalizado, donde el talento es un mercadeo, Cuba insiste en jugar al solitario con las cartas marcadas.
El resultado final es este: una delegación que cae del quinto al séptimo lugar del medallero panamericano, con 23 metales menos que en la edición anterior. Es la foto perfecta de un colapso anunciado. El deporte cubano, como ese azúcar que ya no se exporta, vive sus peores zafras desde el siglo XIX. Y lo peor es que, a diferencia del béisbol, esto no es un juego de nueve entradas. Aquí no hay margen para remontar.