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Por Lázaro J. Chirino
Madrid.- Hay imágenes que hablan solas, pero esta grita. Miguel Díaz-Canel, el presidente designado de Cuba, aparece en plena actividad oficial abrazando con gesto solemne una muñeca negra vestida de rosado, como si estuviera en una ceremonia de bautizo simbólico de la sensibilidad racial… o más bien en una audición fallida para una versión disfuncional de “Muppets Show Revolucionaria”.
Para entender el nivel de cinismo encapsulado en esta foto, basta recordar “La muñeca negra”, de José Martí: un cuento cargado de ternura, antirracismo y humanidad verdadera, donde una niña blanca ama y protege a su muñeca negra ante los prejuicios de su entorno.
Martí no escribía panfletos; escribía con el alma y para el alma. Su cuento es una crítica delicada pero profunda al racismo, al clasismo, y a la hipocresía.
Ahora, pongamos esta imagen de Díaz-Canel al lado de ese cuento.
¿Estamos frente a una metáfora viva de Pilar, la niña martiana? No. Ni cerca. Esto parece más bien un sketch mal ensayado del Ministerio del Ridículo.
Mientras el país se hunde en apagones, inflación y represión, el mandatario aparece cargando una muñeca con mirada de cartón piedra, como si quisiera decir: “Miren qué inclusivo soy”. Pero el problema no es la muñeca. Es la impostura.
En el cuento, la muñeca negra es despreciada por las demás por ser diferente, pero amada con sinceridad por Pilar.
En la Cuba de Canel, la diferencia sigue siendo marginada, reprimida, y silenciada. No es la muñeca negra la que necesita protección hoy, sino los miles de cubanos afrocubanos que sufren desproporcionadamente la pobreza estructural, la brutalidad policial, y el racismo institucionalizado que el gobierno maquilla con actos como este.
¿Y qué decir del vestuario? Una muñeca vestida de rosa, mientras el país entero anda en harapos y sin jabón. Una imagen perfectamente coreografiada para la prensa oficial, pero completamente ajena a la tragedia cotidiana de millones.
El contraste no puede ser más ofensivo: el líder de un régimen que ha destruido la economía, fracturado las familias y criminalizado la libertad, cargando con paternalismo teatral una muñeca como si fuera un símbolo de progreso, cuando es simplemente una foto más para adornar el culto a su imagen hueca.
Martí lloraría de vergüenza si viera cómo su mensaje ha sido convertido en utilería barata. Él, que creía en la justicia y la verdad, no en escenografías populistas.
En manos de Canel, “La muñeca negra” no es más que otro objeto manipulado, como el pueblo cubano: utilizado, sobado, y exhibido cuando conviene.
Este episodio no es un homenaje. Es una parodia de mal gusto. Una muñeca negra en brazos de un presidente que no protege a los niños, ni a los negros, ni a los muñecos. Solo protege su poder.