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Por Joel Fonte ()
La Habana.- Son muy pocos en Cuba los que aún creen en las promesas de un régimen que ha perdido toda credibilidad por su incompetencia y su corrupción desenfrenada. ¿Qué sociedad vivimos los cubanos? ¿Vivimos en un país de capitalismo liberal, donde se apuesta por la propiedad privada, por la iniciativa individual, por la libertad del mercado?
¿Es el modelo político y económico cubano de ese diseño liberal que asegura al hombre el libre ejercicio de sus facultades, de sus capacidades individuales? ¿Puede aquí un médico tener una clínica, un odontólogo un centro especializado, un ingeniero su propia empresa tecnológica?
¿Puede un ciudadano cualquiera crear su propio negocio, en la actividad que desee, creando riqueza para sí y para la sociedad, que es el fin último de toda sociedad y economía liberales: que la sociedad crezca desde la libertad individual?
Nada de eso es posible en Cuba. Cuba es una sociedad cerrada, hermética, mantenida bajo el control de una dinastía criminal, del apellido Castro, que solo ha abierto resquicios en los últimos años a medidas que le eran imprescindibles para mantener el poder, pero que no significan en lo absoluto la democratización de la sociedad y de la economía, sino la instalación de un «capitalismo de amigos» que privilegia a una élite económica que a la vez sostiene a esa casta política.
Con esas medidas, el castrismo solo ha multiplicado muchas veces un entramado de corrupción que le es consustancial al modelo. Por eso es que la sanidad, la alimentación y otros servicios imprescindibles para las personas, sobre todo en situaciones de crisis como la actual, frente a un huracán devastador, son una responsabilidad del Estado, de sus ministerios y aparatos de gobierno.
Porque en esta sociedad donde el Estado y la cúpula política que lo controla es dueña de todo, y lo prohíbe todo, no se tolera legalmente la existencia de organizaciones o instituciones filantrópicas, de beneficencia social, esas que se organizan y funcionan comúnmente en cualquier sociedad abierta, que se articulan para proveer alimentos, atención de salud, albergues y otras formas de protección y abrigo a personas sin recursos.
Pero en Cuba, un país donde los índices de pobreza extrema son abrumadores, donde la desesperanza de la gente no encuentra consuelo, el régimen de Raúl Castro, a través de su mayordomo, de todos esos que no hacen más que prolongar sus privilegios a través del robo, del saqueo del país, siguen reciclando el discurso fosilizado de «no dejar a nadie desamparado», mientras millones de cubanos no tienen siquiera agua potable, comida y electricidad para enfrentarse a una tragedia que se les viene encima.
Por eso la dictadura castrista es la negación de futuro para el pueblo cubano: por su naturaleza criminal. Basta de tolerar injusticias. Basta de manipulación y mentiras. No más dictadura en Cuba.