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EL BLUMER DE ENCAJE ROJO

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Por Irán Capote ()
Pinar del Río.- Hace un rato, mientras echaba gel en la esponja de la ducha, tuve un recuerdo no tan hermoso de la infancia.
Corrían los años 90. El jabón de baño y las esponjas eran meros vicios de los pudientes. A los pobres nos tocaba bañarnos con jabón de lavar y hasta con detergente en los casos más críticos. O con agua calentada en la leña del patio sin más olor que el del humo (con agua pelá, decía mi abuela).
Las esponjas de baño habían desaparecido y la gente se auxiliaba de cualquier pedazo de trapo que sirviera para restregarse la piel y quitarse el churre y el tizne de las chismosas. Creo que ahí comenzó la tradición de restregarse con el calzoncillo o el blúmer que tenían puesto durante el día. Así matabas dos pájaros de un tiro: te bañabas y lavabas la prenda interior y la dejabas lista para ponértela en la mañana del siguiente día , ya que tampoco podías comprarte una para cada día… En fin, la maravilla de lo que fue aquel primer Período Especial.
Yo era un niño de unos cuatro o cinco años. Vivía correteando entre las vegas de tabaco de El Jíbaro. A la hora del baño tenía tierra de los pies a la cabeza.
Mi madre siempre nos dio libertad e independencia. Nos bañábamos solos sin su ayuda. Pero, cada dos o tres días, pasaba inspección por cada rincón de nuestros cuerpecitos. Revisaba orejas, codos, cabezas, axilas, rodillas, etc. Miraba y miraba hasta que decía las palabras que nos ponían a temblar: “Hoy les toca el blúmer de encaje rojo”.
“El blúmer de encaje rojo” era una pieza que debió pertenecer a la mismísima María Antonieta. Alguien se lo había regalado a mi madre, sabrá Dios con qué insinuación. Yo dudo que haya sido por cariño o amistad, porque aquel blumito era de un encaje gordo y carrasposo que al menor roce con la piel, la dejaba en sangre viva. No era como los encajes de ahora que son suaves y pasajeros, no. El blúmer de encaje rojo de mi madre era una tortura, un grillete con el que restregaba el churre y mis gritos debieron haber espantado hasta los totíes en los diques de arroz. Ese blúmer era, además indestructible, inmortal.
Demás está decir que bastaron tres o cuatro cepilladas con el blúmer de encaje rojo, para que yo tratara siempre de bañarme sin fallos, de restregarme lo mejor que podía. Así podía salir ileso en las inspecciones.
El blúmer de encaje rojo fue tan traumático que todavía lo recuerdo y me doy buena restriega con la esponja y el gel en la ducha…. No vaya a ser que mi madre venga, inspeccione y dictamine que ya me toca una tanda de encaje del demonio.

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