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EL ARROZ DE MARRERO Y LOS FANTASMAS DE VIETNAM

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Por Redacción Nacional

La Habana.- Manuel Marrero Cruz se pone imaginariamente el sombrero de campo, se arremanga la camisa de lino y posa para la foto mientras camina entre los surcos de arroz en Los Palacios. A su lado, especialistas vietnamitas y cubanos intercambian sonrisas, cifras y discursos bien ensayados.

Según el primer ministro, Cuba tiene la voluntad de lograr que todo el arroz que demanda el país se produzca dentro de sus fronteras. Qué bonito suena eso. Qué bien se ve en la portada del Granma.

Pero como todo lo que pasa en la isla, lo que no se dice es siempre más importante que lo que se publica. Marrero, acompañado por su tropa —el vice primer ministro, Jorge Luis Tapia, y el ministro de la Agricultura, Ydael Pérez Brito—, se pavonea entre hectáreas verdes sin mencionar que esa “voluntad” de producir arroz ha estado en los planes quinquenales desde que Fidel creía en la vaca Ubre Blanca. Que este experimento con Vietnam no es nuevo, ni exclusivo, ni revolucionario. Ya lo intentaron antes, y lo que sobró fueron discursos y lo que faltó fue arroz.

Nos hablan de más de 870 hectáreas plantadas y otras 165 en preparación, como si eso fuera el punto de quiebre de la soberanía alimentaria. Como si no viviéramos una realidad donde el arroz escasea en los mercados, donde el pueblo hace colas kilométricas por unas libras y donde el arroz que llega por la libreta no sirve ni para alimentar a un gato flaco.

El problema está en la estructura podrida de un sistema

Marrero se interesa por las variedades de semilla, por los rendimientos y la fuerza de trabajo, pero no menciona que el campesino cubano sigue sembrando sin insumos, sin garantías, sin acceso a maquinarias y sin esperanzas.

¿Y qué dicen los datos? Que los primeros campos cosechados tienen un rendimiento superior a las seis toneladas por hectárea. ¡Aleluya! Lo han logrado. Pero, ¿cuánto cuesta ese arroz? ¿Cuánto se invierte en combustible, en salarios, en transporte? ¿Cuánto del presupuesto estatal se destina a un proyecto que, al final, termina beneficiando más a las estadísticas de un informe que al plato de comida del cubano promedio?

Mientras Marrero habla de “validar la experiencia”, la señora Antonia en La Güinera se pregunta por qué su ración de arroz este mes vino con gorgojos. Mientras en Pinar del Río los ministros aplauden al sol por seis toneladas, los niños en Moa siguen comiendo tajadas de miseria. Porque eso sí hay, miseria. Arroz no, pero miseria y falsas promesas, a montones.

Nadie se opone a la cooperación con Vietnam. De hecho, ojalá se firmaran acuerdos con todo el sudeste asiático si eso resolviera la comida en Cuba. El problema de fondo no está en la semilla ni en el agua. Está en la estructura podrida de un modelo agrícola obsoleto, centralizado y controlado por burócratas que nunca han sembrado una mata de frijoles. Está en la falta de autonomía del campesino, en la corrupción institucionalizada, en el divorcio total entre quienes dirigen la agricultura y quienes la sudan bajo el sol.

Entonces no, Marrero. No basta con decir que “tenemos voluntad”. El pueblo cubano tiene voluntad hace más de 60 años. Voluntad de trabajar, de producir, de alimentar a sus hijos. Lo que falta es dejar de meter la cuchara política en cada saco de arroz. Lo que falta es que ustedes, los que andan con guayabera, entiendan que el hambre no se combate con recorridos ni con titulares. Se combate con libertad, con respeto al productor y con un sistema que funcione más allá del discurso.

Hasta que eso ocurra, seguiremos con el arroz prestado, con la dieta intervenida, con la comida de promesa en promesa. Que Marrero siga paseando entre las hectáreas, mientras el cubano de a pie raspa el fondo del saco con la esperanza de que en el próximo reparto llegue algo más que una ilusión con sabor a gorgojo.

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