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Por Eduardo González Rodríguez ()
Santa Clara.- Mi esposa y yo estábamos en la fila de unas de las Mipyme que quedan por la doble vía en Santa Clara y que acepta pagos por transferencia. ¡Qué bueno, porque lo cierto es que no teníamos ni un peso en efectivo! Claro, pagar por transferencia es una jodedera porque no hay pos y el procedimiento hay que hacerlo pasito a pasito, suave suavecito.
Alguien le pregunta a uno de los vendedores que por qué, mientras el otro vendedor recibe las transferencias, él no le despacha a los que tienen efectivo.
Ahí el vendedor se molesta y dice que hay que tener paciencia, que son dos para todos y la fila es bastante larga. Para no demorar el cuento, el tipo intenta resolver el problema al estilo cubano: de la manera más injusta posible. «Miren… -dice- para que no se arme problema, vamos a vender a cinco personas en efectivo y a una de transferencia.»
Nos quedamos sin picadillo y sin salchichas, pensé. Imagínense, la fila ya estaba hecha y ahora había que reordenarla, de manera que tendríamos que esperar a que compraran por lo menos quince personas (hacíamos el siete) para llegarle a los vendedores. «Vámonos pal carajo de aquí», le dije a mi esposa y salimos de la fila.
De regreso, pasamos por otra Mipyme que está antes de circunvalación, por la carretera que va para Los Caneyes. Tenían huevos a 2500 el file. Un cartel anunciaba: «traer en qué llevárselo». Claro, los files eran de plástico y en colores, así que no estaban a la venta. No importa, pensé, los metemos en una jaba y bajanda. Pues, no. Una mujer regordeta y de rostro impersonal nos dijo mientras contaba un fajo de billetes de 20 pesos: «para comprar cualquier otro producto sí aceptamos transferencias, pero para los huevos, no.»
Ahí volví a decirle a mi esposa, «vámonos pal carajo de aquí».
Y nada, regresamos a casa con hambre, sin picadillo, sin salchichas y sin huevos. Todavía no había electricidad. La quitaron hoy a las seis de la mañana. Así, con hambre, sin picadillo, sin salchichas y sin huevos, fui a terminar un trabajo a la casa de un amigo. No pasaron dos horas y también le quitaron la corriente. «Me voy pal carajo de aquí», le dije al amigo y el prometió avisarme cuando la pusieran otra vez.
Pa terminar, pusieron la electricidad en mi casa después de 12 horas -a las seis de la tarde- y volvieron a quitarla a las ocho. Dos horas de luz en todo el día. Así que sin picadillo, sin salchichas, sin huevos, sin corriente y sin esperanza ¿qué creen que le dije a mi esposa?