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Por Yeison Derulo
La Habana.- Mientras el mundo cristiano celebraba el Domingo de Ramos con palmas y esperanza, en Cuba el régimen se encargaba de que siete mujeres vestidas de blanco no llegaran ni a la iglesia. Sí, otra vez las Damas de Blanco fueron detenidas. Otra vez, el mismo guion barato de una dictadura que no se cansa de abusar ni los días santos.
Berta Soler, la cara visible del movimiento, logró esta vez asistir a misa en la iglesia de Santa Rita, en Miramar. No lo hizo sola. A su lado, como escudo simbólico, estuvo Mike Hammer, jefe de la misión de la Embajada de Estados Unidos en Cuba. Quizás por eso la dejaron entrar. Quizás porque no les convenía el escándalo diplomático en plena Semana Santa. Quizás porque el régimen necesitaba hacer su acto de contención y mostrar al mundo que no son tan cavernícolas. Pero cavernícolas son. Y mucho.
Las otras integrantes del grupo no corrieron con la misma suerte. En Cárdenas, en Colón y en la propia capital fueron detenidas antes de pisar el templo. ¿El delito? Pretender orar por la libertad de los presos políticos. En Cuba, rezar por los que sufren es un acto contrarrevolucionario. En Cuba, una flor blanca puede ser más peligrosa que una molotov.
Y mientras eso pasaba, los medios oficiales callaban. Ninguna nota en el Granma. Ningún comentario en la Mesa Redonda. Ningún análisis profundo de Humberto López. Solo el silencio de los cobardes, el cinismo institucional y el ojo que todo lo vigila desde una oficina gris con fotos de Fidel y Raúl en la pared.
Desde su fundación en 2003, las Damas de Blanco no han hecho otra cosa que caminar en silencio, vestidas de fe, por una causa tan justa como olvidada: la libertad de los suyos. En 2005 ganaron el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia. Hoy, veinte años después, siguen siendo arrestadas por ir a misa.
El régimen teme a las mujeres que rezan. A las mujeres que se niegan a vivir arrodilladas. A las mujeres que prefieren una celda a la sumisión. Por eso las reprime. Por eso las encarcela. Porque no soporta ver a alguien que aún conserve dignidad.
Se acerca el Primero de Mayo. Veremos miles en la Plaza, coreando lo que no sienten. Pero el verdadero desfile de valentía ocurre cada domingo, cuando un puñado de mujeres sin protección, sin privilegios y sin miedo se ponen un vestido blanco y caminan hacia la iglesia sabiendo que no volverán a casa.
Eso sí es Revolución. De la otra, ya no queda ni el eco.